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Columna
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Nanolingüismo

Es la famosa escena de Roma de Fellini, cuando los frescos que se acaban de descubrir en una cámara subterránea empiezan a desmoronarse. Esas pinturas se han mantenido ahí casi dos mil años y ahora el simple contacto con el aire las reduce a polvo. Y la evoco no para significar el riesgo que suponen las corrientes de aire, sino para lo contrario, para subrayar el peligro que hacemos correr a las cosas cuando no las aireamos lo suficiente, cuando no las contrastamos con las condiciones de la realidad.

Una de las estrategias del nacionalismo para gobernar durante decenios con un bajo cuestionamiento público de sus resultados de gestión ha sido la de convertir la crítica en sacrilegio; la de vallar ciertos temas y poner en la valla el cartel de prohibido el paso intelectual, el paso al debate, a la libre circulación de ideas y opiniones. Frente a esos temas tabú o sagrados el margen de maniobra crítica se reducía al mínimo. El tema intocable por excelencia ha sido el euskera. Y el nacionalismo ha conseguido durante años no sólo apropiárselo, sino encerrarlo en una especie de cámara hermética, sin más aire que el de sus propias políticas. Y así criticar su política lingüística se presentaba no como un simple discrepar de la gestión de gobierno, sino como un auténtico ataque a la lengua misma, como un desapego del euskera, cuando no como un euskericidio. Afortunadamente estamos en otro momento político, y el cambio debe significar también que no hay temas tabú para nuestro debate público, que la corriente del pensamiento circula por todas partes, incluidos los territorios cerrados, hasta ahora, a la más desacomplejada exploración intelectual.

Lo que destruye el fresco de Fellini no es el contacto con la realidad, sino su aislamiento de ella, lo que, trasladado a lo propiamente lingüístico, daría que la ausencia de aire de debate no protege a una lengua sino que la fragiliza, porque le impide atender a sus retos puntuales y defenderse de sus amenazas reales. Ha sido otro hermético lugar común el considerar que la principal amenaza para el euskera es el castellano. No he compartido jamás ese diagnóstico, porque entiendo que la fortaleza de una lengua no depende de la cantidad de sus hablantes sino de la calidad y la anchura de la expresión de éstos; lo considero no sólo una reducción improcedente sino una distracción irresponsable del verdadero asunto: de la obvia y progresiva pérdida de competencias lingüísticas en los más jóvenes. De la insuficiencia del sistema educativo para remediar este desagüe, entre otras razones porque la escuela está muy sola en esa tarea, desatendida desde el exterior, cuando no rodeada de enemigos contra-pedagógicos. La principal amenaza para nuestras lenguas no está fuera de ellas, en la otra o lo otro, sino dentro, en el terreno que gana su desertización; no tiene que ver con el bilingüismo sino con ese avanzar hacia el microlingüismo, hacia el nanolingüismo.

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