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Columna
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Muro

La URSS era como el cadáver del amor en esos matrimonios que, por inercia, duran 50 años: un estorbo. Cuando cayó el Muro se enterró al muerto, y los supervivientes se enfrentaron a lo desconocido. Estuve allí, sé de qué hablo. Reporteé aquellas noches, y en las semanas que siguieron. Vi a los alemanes del Este haciendo cola para recibir los 100 marcos que el Gobierno federal les regalaba. Luego les daban chocolate, café y cigarrillos. Los camiones exhibían grandes carteles con las marcas de los productos. Era como Bienvenido Mr. Marshall, pero el benefactor jugaba en casa.

Días después empezaron los signos del neonazismo que, detrás del Muro, había permanecido sofocado, pero no aplastado, bajo la bota soviética. Resultaba difícil sentirse del todo optimista o del todo pesimista. Pero había algo muy serio: la alegría de que terminara una aberrante injusticia y se iniciara un tiempo mejor. Igual que ocurre cuando uno se entera de que una pareja ha reconocido, por fin, que aquello no funcionaba. Demasiado tarde para muchas ilusiones, pero un mañana prometedor para alguien.

Los mismos que ahora hacen prosa lírica con fondo de violines sobre el acontecimiento nos vendieron entonces el fin de las ideologías. Jajajaja. Por entonces y por ahora. En este viejo mundo cínico todo permanece, todo se solapa, se enquista. Hace dos días cumplió 90 años el señor Mijaíl Kaláshnikov, inventor del AK-47, el rifle que revolucionó las armas ligeras. Si quieren información, Internet rebosa. Yo sé que lo he visto en muchas manos -Tercer Mundo, guerrillas, terroristas-, y que en otras, las contrarias, los rifles eran similares, porque se dedicaron a imitar arma tan barata y segura. Los vopos que vigilaban el Muro, y mataban a quienes lo atravesaban, lo hacían con AK-47. Su inventor recibió, hace dos días, una nueva medalla honorífica.

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