¿Escuela hasta los 18?
El debate debe partir del principio de no agravar las deficiencias actuales
Un más alto nivel educativo de la población permite afrontar mejor los problemas de la sociedad del futuro, pero eso no significa que prolongar la edad de escolaridad obligatoria sea en sí mismo beneficioso. Es un asunto a debate en varios países, incluido el nuestro, donde lo acaba de sugerir el ministro Gabilondo. Pero España tiene el problema adicional del notable porcentaje de jóvenes que carecen de educación posobligatoria, un 31% frente a cifras que oscilan entre un 10% y un 15% en la mayoría de los países europeos.
La ventaja de prolongar la educación obligatoria desde los 16 a los 18 años estaría en una posible reducción de este porcentaje, en retrasar la entrada de los más jóvenes en un mercado de trabajo cada vez más difícil para las personas con baja formación, y en ofrecer una oportunidad a quienes han fracasado y desean intentarlo de nuevo. Pero los inconvenientes son también notables. Ya resulta problemática la integración en los centros de enseñanza de adolescentes de 15 y 16 años que no quieren seguir en la escuela, en perjuicio de los que sí quieren; y más en un entorno en el que es difícil mantener la disciplina imprescindible para la eficacia del proceso educativo.
Desde luego, previo a cualquier planteamiento que pudiera entenderse como una huida hacia delante, deberían introducirse en la escuela las modificaciones necesarias para disminuir ese déficit educativo en las condiciones actuales. Lo que, entre otras cosas, implica una mayor dotación presupuestaria en centros y profesores, ya insuficiente con el nivel de escolarización actual. Por otro lado, resultaría prácticamente imposible integrar a jóvenes de 17 y 18 años en una actividad que detestan, por lo que se requeriría una oferta docente diferenciada, con alternativas más orientadas al empleo o a la formación profesional, incluso a tiempo parcial, para que fuera posible compatibilizar la formación con los primeros pasos de la actividad laboral.
No es un debate sencillo; las ventajas de prolongar la edad escolar vienen acompañadas de dificultades que no se pueden ignorar. Una discusión sin prisas entre expertos y, sobre todo, con los enseñantes, así como el más alto consenso, son ingredientes inexcusables. Sin olvidar que lo prioritario es mejorar lo que tenemos: no podemos permitirnos el lujo de aumentar, ni siquiera prolongar, las deficiencias del sistema educativo actual.
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