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Columna
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Entre dos aguas

José María Ridao

Aunque no hubiera sólidas razones para esperar otra cosa, las dificultades de la situación económica invitaban a concebir alguna esperanza de que la discusión de los Presupuestos del Estado se saliera del invariable guión al que se ajustan desde hace tiempo las grandes citas parlamentarias. La vicepresidenta económica del Gobierno, Elena Salgado, se subió a la tribuna del Congreso y expuso unos planes que, en realidad, sólo servían para sortear los escollos de las enmiendas a la totalidad, puesto que, en comisión, la necesidad de nuevos apoyos parlamentarios forzará una importante revisión de las cuentas. El jefe de la oposición, por su parte, se empleó a fondo según viene siendo su costumbre, no sólo para descalificar los Presupuestos en bloque, sino para menospreciar a la vicepresidenta dirigiendo sus golpes más ensayados a la cabeza del Gobierno. Y, puesto que en el camino se olvidó una vez más de anunciar cualquier alternativa, el Gobierno encontró el camino despejado para replicar, también, con la letanía previsible: la oposición carece de ideas para salir de la crisis. Aderezado con unas gotas de polémica sobre si hubo o no machismo en los ataques a la vicepresidenta, eso es todo cuanto ha dado hasta ahora el debate de los Presupuestos para el que, de acuerdo con los pronósticos, podría ser uno de los años económicamente más duros desde el inicio de la Transición.

Entre la contención del déficit y la lucha contra el paro, el Gobierno se mantiene entre dos aguas

Y, sin embargo, son varias las opciones de calado sobre las que el Congreso tendría que pronunciarse en este debate, a juzgar por los análisis y recomendaciones de los organismos e instituciones económicas internacionales. Más allá de utilizar los Presupuestos como excusa para prolongar la misma bronca de siempre, que ya se da por descontada, sería bueno conocer con exactitud cuál es la prioridad que cada grupo defiende para los Presupuestos del próximo año, la contención del déficit o la lucha contra el desempleo.

Hasta el momento, los argumentos a favor de una u otra alternativa sólo han aparecido en los periódicos, sustentados por economistas que han conseguido introducirlos en la opinión pero no en el debate parlamentario. Entre quienes proponen contener el déficit, se ha señalado la carga que representaría para una futura recuperación su crecimiento más allá de ciertos límites. Entre los partidarios de anteponer la lucha contra el desempleo, la economía española se vería estructuralmente deteriorada si la tasa de personas sin trabajo alcanzase el 20%, entre otras razones porque, por la vía de la caída del consumo, afectaría a las empresas y, por la de la morosidad, al sistema financiero.

También sería bueno conocer en este debate, y con no menos exactitud, cuál es la posición de cada grupo sobre el mantenimiento de los estímulos públicos, un punto en el que vuelven a coincidir los organismos e instituciones económicas internacionales al decir que no ha llegado el momento de retirarlos. La subida de impuestos anunciada por el Gobierno apelando a una retórica de ricos y pobres más propia de los cuentos infantiles, y que además no se corresponde con sus efectos previsibles, se ha discutido en los términos más inanes que cupiera imaginar, como son los de juzgar si se trata de una medida de izquierda o de derechas.

De manera voluntaria o involuntaria, lo que el Gobierno ha venido a decir con el anuncio de esta subida fiscal es, primero, que concede al menos tanta importancia a la contención del déficit como a la lucha contra el paro y, segundo, que aunque mantenga los estímulos públicos de la economía con una mano, con la otra va a extraer recursos del sistema al incrementar la carga impositiva. Es decir, el Gobierno no ha tomado resueltamente posición ante ninguna de las dos grandes opciones de la economía en estos momentos, prefiriendo permanecer entre dos aguas. Pero tampoco ha habido oposición para señalárselo.

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Mantenerse entre dos aguas tendrá, sin duda, efectos sobre la marcha económica del país, puesto que es tanto como hacer frente a la crisis con una estrategia de tan amplio espectro que, en realidad, se convierte en lo contrario de una estrategia, al dar tranquilamente cabida a una medida y la contraria.

Pero es previsible que, además, tenga efectos sobre el apoyo político y social al Gobierno, del que ya no se encuentra sobrado a juzgar por las últimas encuestas publicadas. Las contorsiones parlamentarias a las que parece abocado le permitirán seguramente aprobar unos Presupuestos, sin que hasta el final se sepa exactamente cuáles. Pero esas mismas contorsiones pueden hacer que sus votantes se extravíen y que algunos de los sectores sociales que ahora le apoyan, como los sindicatos, se sientan defraudados.

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