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Columna
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Responsabilidad deletreada

En la reapertura estos días de la comisaría de la Ertzaintza de Ondarroa -contra la que ETA atentó hace un año, hiriendo a once personas, de las cuales cinco siguen de baja-, el lehendakari apelaba a la responsabilidad colectiva para deslegitimar el terrorismo, como tarea que nos incumbe a todos, "que empieza en cada uno de nosotros". Y es fácil suscribir esas palabras, en la medida en que oponerse a la violencia, condenarla del modo más definitivo, es una cuestión eminentemente ética, esto es, absolutamente íntima, de las que tarde o temprano deben abordarse por dentro para activar por fuera su sentido. Acabar con el terrorismo pasa por dejarle sin aire social, por sumar y sumar repulsas individuales hasta que el total signifique todo, toda la sociedad unida en una condena, en un rechazo unánimes. "Cayó unánime la noche", escribió Borges, pero para nosotros se haría de día, amanecería en Euskadi, verdaderamente, por primera vez. Y ya es hora.

En el mismo sentido de apelar a alguna forma de totalidad ha parecido manifestarse también el PNV. Y digo parecer porque claro del todo no ha quedado (lo que tampoco resulta novedoso). Así, mientras Iñigo Urkullu afirmaba que "nuestro compromiso es seguir trabajando en el debilitamiento de ETA, tanto en el plano organizativo como en su deslegitimación social", y ofrecía acometer un trabajo "integral" para alcanzar "un acuerdo que nos permita abordar unidos la lucha"; mientras Urkullu manifestaba que su partido es "el primer interesado en la deslegitimación del discurso de la violencia", Joseba Egibar, con su conocido sentido de la oportunidad, pasaba sobre esas palabras del líder de su partido una especie de borrador, o echaba sobre esas inteligibles palabras gotas de su, también clásico, líquido de correr las tintas, de emborronar. Refiriéndose, por ejemplo, a las últimas detenciones de Batasuna, afirmaba que quienes las han ordenado "no quieren que desaparezca ETA" o que "la detención de gente que está trabajando para que las vías democráticas se impongan supone un obstáculo más para la apuesta definitiva por las vías democráticas". A esta anchura del PNV se le ha dado en llamar sus "dos almas", expresión que me parece impropia, primero porque coloca en un plano horizontal, de igualdad, dos posiciones que, a estas alturas de la tragedia, de ninguna manera significan lo mismo; luego, porque resulta blandamente inexpresiva de lo que de verdad está en juego: nuestra convivencia en libertad, sin condicionamientos violentos.

Creo que la deslegitimación del terrorismo es, sobre todo, una tarea de luz, una responsabilidad de claridades, de mirar y decir a las claras. Una responsabilidad, en ese sentido, deletreada. Que empieza, desde luego, en lo privado, pero que sigue y se multiplica en lo público. Entiendo que el PNV debería no sólo asumirla, sino orientarla, ejemplificar esa responsabilidad deletreada de un modo rotundo, quiero decir, irreversible.

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