Terror en Oriente Próximo
En Irak ha bajado el nivel de violencia, pero el conflicto está lejos de concluir; Pakistán -como subproducto de la guerra de Afganistán- combate hoy una ofensiva talibán con impregnaciones del yihadismo de Al Qaeda; e Irán, hasta ahora relativamente inmune al terror regional, sufrió ayer un atentado suicida que causó 35 muertos, entre ellos el subjefe de las fuerzas de tierra de la Guardia Revolucionaria, y otros cinco mandos de lo que es el brazo armado del régimen, a las órdenes directas del líder supremo, Alí Jamenei. Y lo que podría ser una tentativa de extensión del caos a todo Oriente Próximo, ya no conmociona sólo a Estados virtuales como Afganistán o en caída libre como Pakistán, sino a quien aspira a la hegemonía en la zona, Irán, con 75 millones de habitantes, vastas reservas de crudo, y una industria nuclear que Occidente teme que quiera dominar la producción del arma atómica, si no llegar a poseer la bomba.
Fuentes oficiales aseguraron que el atentado había sido reivindicado por un grupo llamado Jundollah (Soldados de Dios) formado por la etnia baluchi, suní, confesión islámica adversaria en toda regla del chiísmo, religión de Estado en Irán, aunque no por ello se olvidaban de EE UU, eternamente acusados de tratar de desestabilizar el país. Pero, tanto si las causas del atentado son endógenas: oposición interna al régimen de los ayatolás; como exógenas: los talibanes y Al Qaeda, las dos fuerzas también suníes, la matanza coincide con las conversaciones de Ginebra entre Irán y Estados Unidos junto a Rusia, China y otras potencias, sobre el objetivo final del programa nuclear iraní.
Éste habría de ser, por ello, un tiempo en que las partes extremaran su cautela, su impermeabilidad a provocaciones de cualquier orden porque la ironía última que preside el conflicto entre Washington y Teherán es que, por graves que sean sus diferencias, el terrorismo internacional es el enemigo común de las dos capitales.
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