El estropicio de la modernización
La crisis mundial tiene un nombre en gran parte de América Latina: el fracaso del modelo de modernización; en unos casos como estropicio, pero en todos con un solo corolario: la prescripción neoliberal y el consenso de Washington han pasado a mejor vida.
Los tres países que representan a la vez el estropicio y su presunta solución, Venezuela, Bolivia y Ecuador, han descubierto, sin embargo, que la transformación que quieren impulsar, un indefinido socialismo, que hoy es sólo estatismo, recibe tantos vetos como votos; el modelo ha muerto, pero no sus inspiradores. Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa ganan elecciones, pero los poderes constituidos les hacen la guerra, y muy señaladamente, a través de los medios de comunicación. Chávez ya lleva algún tiempo dedicado a resolver brutalmente el problema revocando licencias administrativas, y con un proyecto de ley de Educación cuyo verdadero objetivo es educar a los informadores. Morales, que es el que acomete la tarea más ingente con la refundación indianista de Bolivia, será reelegido casi por aclamación el 6 de diciembre, y, quizá, entonces legalizará una presión que los medios ya están sufriendo. El economista Correa, diferentemente, se halla apenas al inicio de ese proceso: no ha habido ofensiva frontal contra los medios, pero varios proyectos de ley caminan hacia esa codificación como camisa de fuerza. Pero el mero hecho de que haya varios instrumentos legales en competencia, el que uno de ellos de partidarios del presidente trate de instalarse como mal menor para impedir la catástrofe autoritaria, e incluso que el proyecto oficialista no sea el peor de los posibles, hace pensar que aún está por decir la última palabra.
La aprobación de las leyes de prensa en América Latina alejará a la región de Occidente
El ex presidente boliviano Carlos Mesa afirmó en el Foro de Biarritz, celebrado la semana pasada en Quito, que América Latina tenía que decidir si quería o no pertenecer a Occidente. Y la aprobación de esas leyes de prensa significará un alejamiento decisivo del encuadramiento occidental, aunque siga habiendo partidos que actúen con algún grado de libertad y elecciones cada cuatrienio.
La Bolivia de Evo Morales parece haber ya decidido que no quiere pertenecer, aunque el peso de lo hispánico hará sumamente tortuoso y por largo tiempo incompleto el proceso; la Venezuela de Hugo Chávez, más que buscar ese alejamiento, quiere el poder total, indiscutible y eterno, probablemente para remediar las más flagrantes injusticias, pero esa deriva llevará a la indefinición entre dos mundos, ni dictadura, ni democracia, ni Occidente, ni ningún sitio; sus amigos iraníes ya andan por ahí; y Rafael Correa, diferentemente, quiere un Ecuador próspero, seguramente democrático, e indiscutiblemente occidental, pero se encuentra con que una transformación profunda de la sociedad es muy difícil o aun imposible por medios estrictamente democráticos, tal como los define Occidente y practica en medio de bochornosa desigualdad América Latina. ¿Justifica la justicia social la violación de esas convenciones democráticas? No, cuando menos porque no se conoce un solo caso en el que el autoritarismo haya sido igualitario. Y es cierto que en esta relación habría que incluir a Argentina, a la que con ligereza se tacha de compañera de viaje y en la que los presidentes Fernández-Kirchner avanzan en su plan de regulación de los medios, pero cuesta creer que Buenos Aires vaya a ir contra corriente de su propia occidentalidad.
La pulverización que han sufrido los partidos de la oposición ante el tifón Correa ha convertido a los diarios en la única oposición digna de tal nombre. Y el movimiento indígena o indianista, que ha hecho parte del recorrido con el partido del presidente, Alianza País, podría estar llegando a una bifurcación del camino, aquella en la que sus reivindicaciones tienen que ver con el ejercicio del poder, con más o menos Occidente, y así el asistencialismo económico y el jacobinismo del economista Correa: todos iguales ante la ley, y ni mayorías ni minorías, puede no ser ya suficiente. Cuando eternos adversarios y antiguos aliados se unen contra el Poder, disciplinar a la Prensa suele ser tentación irresistible.
El modelo de modernización ha sido un fracaso y de él amanecen Chávez, Morales y Correa. ¿Se deduce de ello que hay que probar por otras vías? Rafael Correa preferiría no hacerlo, pero el Antiguo Régimen no se rinde. Aunque la libertad de expresión tolere o hasta celebre la injusticia, es lo único que garantiza la subsistencia de la democracia. El Estado no necesita acallar bocas para hacer su tarea; incluso lo hace mejor cuando lo critican.
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