El periodismo según Stieg Larsson
Hacían falta nuevas figuras literarias y cinematográficas del periodismo, tras los grandes clásicos que en los dos siglos anteriores han popularizado sus ideales y corrupciones. A los prototipos sucesivos de la novela francesa del siglo XIX y del cine norteamericano del XX y aún de hoy, se añade la figura inesperada de un periodista sueco, en la novela negra de mayor éxito en lo que va de este siglo.
Aunque Mikael Blomviskt sea el segundón, como ha escrito Mario Vargas Llosa (EL PAÍS, 6 de septiembre de 2009), frente al personaje fascinante de Lisbeth Salander, lo cierto es que la trilogía Millennium de Stieg Larsson (1954-2004) trata también, y mucho, del periodismo. Menos de lo que la película sobre Los hombres que no amaban a las mujeres sugiere, más de lo que el protagonismo de la escuálida hacker en los dos siguientes volúmenes haga suponer.
'Millennium' trata también de cómo salvar la función social del periodismo
Es inevitable que el lector se pregunte hasta qué punto el autor se ha proyectado en un álter ego de ficción. El periodista Larsson vivió la incomodidad de atreverse con la investigación de temas peligrosos como la extrema derecha y el racismo, publicó libros de investigación y dirigió una revista, Expo, ligada a una fundación para la lucha contra la violencia antidemocrática. Blomkvist se dedica a desvelar las trampas y delitos de grandes empresas multinacionales, como copropietario de una pequeña revista y editorial, al margen del sistema de medios, aunque su vida parece algo más relajada y placentera.
Diarios, televisiones y digitales dan celebridad al periodista Blomviskt por sus scoops espectaculares, pero lo estigmatizan con el desprestigio cuando una condena judicial le lleva a la cárcel, por haber caído en la trampa de unas pistas falsas. Las noticias audiovisuales de la noche son el escaparate y trampolín de sus investigaciones exclusivas, las páginas de los diarios la caja de resonancia. Unos medios y otros trabajan rutinariamente. Ante las imputaciones criminales contra Lisbeth Salander, actúan como meros amplificadores de la actuación policial, sin otro valor añadido que las deformaciones propias del sensacionalismo y una receptividad acrítica ante cualquier fuente generosa.
También actúa así la prensa digital, poco presente en un escenario dominado aún por la novedad de los diarios gratuitos, la particular aportación de Suecia a la expansión de la prensa, antes de que la crisis financiera y publicitaria asomara por el horizonte. La respuesta de la prensa diaria al desafío de los gratuitos no va mucho más allá del recorte de gastos. Para Larsson, su capacidad de reacción es escasa. Lo ratifica con el fichaje de la copropietaria de Millennium como directora del principal diario de Estocolmo, y su dimisión fulminante al cabo de unas semanas. Pero en una sociedad rica, culta y lectora como la sueca, también el margen de maniobra de una revista independiente es escaso.
Lo que le queda por hacer al periodismo, quizá sea éste el segundo tema de las novelas de Millennium, la apocalíptica cabecera de la revista independiente que da nombre a la trilogía. Lo que aún puede salvar la función social del periodismo, aunque sea, en la ficción, con la ayuda de las habilidades casi mágicas de los justicieros burladores de la seguridad en Internet.
A diferencia del ambicioso Lucien de Rubempré en Las ilusiones perdidas de Balzac, del perverso Georges Duroy en Bel Ami de Maupassant o del cínico Hildy Johnson, en Primera Plana, la célebre película de Billy Wilder y demás versiones de Lewis Milestone y Howard Hawks, el periodista Mikael Blomkvist en Millennium es un héroe únicamente positivo. Los franceses del Ochocientos fueron básicamente negativos, como denuncia de los males que el periodismo podía acarrear, pero el periodista de Chicago -creado por Ben Hecht y Charles MacArthur para el teatro- fue una figura ambivalente, que compensaba la falta de escrúpulos con la vocación por la noticia y por el control del poder. El perfil moral de Blomkvist es inequívoco en su compromiso con la verdad y la justicia y su constante referencia a la confirmación y protección de las fuentes.
Todos ellos, y otros muchos, fueron personajes de futuro, mientras que Mikael Blomkvist puede ser visto como una figura elegiaca, porque su periodismo es difícil de sostener en Suecia y tiene pocos equivalentes en otras sociedades menos cultas y lectoras. Es el legado no únicamente novelesco de Stieg Larsson, un periodista comprometido que no alcanzó a conocer ni a saborear las mieles de su inesperado éxito literario. Un triple best seller radicalmente de izquierdas, que ofrece además una reflexión sobre el periodismo al alcance de un vastísimo público.
Jaume Guillamet es catedrático de periodismo de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona.
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