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Columna
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Autoridad por decreto

Jesús Ruiz Mantilla

Se ha obrado el milagro. Hemos encontrado de golpe la manera de educar a nuestros hijos: la autoridad por decreto y con tarima. Se acabarán los botellones, las pijomovidas de Pozuelo y alrededores con justificaciones de padres inmaduros y surrealistas, las faltas continuas y crecientes de respeto, las agresiones en los colegios, las palizas grabadas por el móvil y los asesinos neonazis. Una mera mención sobre un papel, 20 o 30 centímetros de más y problema resuelto.

Con la nueva ley de educación que ha anunciado Espe, los únicos que se frotan las manos son los carpinteros de la región. Ya ven una salida a la crisis fabricando tarimas. Otra cosa son los padres, los profesores y la gente con dos dedos de frente. Ésos, una de dos, o nos desesperamos y nos echamos a temblar o nos despiporramos de la risa.

Con la nueva ley de educación de Espe, los únicos que se frotan las manos son los carpinteros

No es eso, mujer, no es eso. Con chorradas no se construye un país libre. La educación es algo mucho más profundo, complejo y costoso. Con iniciativas así, queda claro que no es materia que deba quedar a expensas de cerebros como los de la señora Aguirre y sus boys. No llegan. No lo ven. No lo entienden. Tendrían que haber estudiado. Primero, para enterarse de qué significa autoridad. No es ese ordeno y mando que tanto añoran de otros tiempos y que, según ella y Sarkozy, echaron por tierra con una permisividad mal entendida los del 68. No. La autoridad, como concepto, ya fue cosa que desgranaron los clásicos y tenía más que ver con el respeto que da la solidez del conocimiento. Claro, en esto del conocimiento, Aguirre patina. En general.

Pero también en el juicio, en la imaginación, en el sentido común, en sus responsabilidades. Para empezar: a ella se la refanfinfla la educación. Es algo que debe estar en manos de curas e institutrices que hablen inglés. No se trata de una prioridad crucial en la que se deban invertir todos los recursos necesarios para formar ciudadanos ni personas, sino simplemente profesionales y corderillos que al crecer entren por el aro. Pues no hemos remado en este país tanto para que luego los gestores públicos nos vengan con tan poco.

Dice Emilio Lledó que la educación es el gran asunto pendiente en nuestro país. Cada vez que se ha intentado dar un avance serio, profundo, se ha echado por tierra una solución de peso. Nadie ha querido, empezando por los anteriores Gobiernos del PSOE, coger el toro por los cuernos. El marrón que tiene Ángel Gabilondo ahora sobre la mesa es de órdago, pero si alguien sabe de esto y es consciente del problema, es él. Hasta ahora ha sido imposible romper la peligrosa preponderancia e influencia de la Iglesia en este campo. Los recursos públicos en las autonomías gobernadas por derecha e izquierda, en vez de destinarse a reforzar una escuela pública decente, ambiciosa y moderna, se deja en manos de colegios concertados que priman formar futuros cristianos antes que ciudadanos demócratas.

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Está muy bien que haya padres que deseen dar esa educación a sus hijos. Muy bien. Pero que se la paguen. Porque la realidad hoy en España es el mundo al revés. Esa minoría que desea ofrecer a sus hijos una educación laica como Dios manda se la tiene que pagar para asegurársela. En su barrio y alrededores, corre el peligro de no encontrarla porque los colegios a los que tiene acceso dejan bastante que desear.

En cuanto a la autoridad, tiene que ver con la sabiduría, decíamos. Pero también con la vocación. No tengo muy claro que una simple oposición y un cursillo que se saca con la gorra sean suficientes garantías para probar la idoneidad de quien se mete en un aula. Sería necesario articular un sistema que buscara y primara esas cualidades de un maestro que motivan al alumno y, por tanto, le invisten de indiscutible autoridad. Los conocimientos se deben dar por supuestos. Pero hay más cosas casi igual de importantes: la entrega, la paciencia, la capacidad de persuasión, el cariño, la provocación, las dotes de motivación... Difícil ser profesor, está clarísimo. No le demos un título al primero que llega. Se lo tiene que ganar.

Tampoco dejemos que un asunto como éste caiga en manos de políticos absurdos, ridículos, engañabobos, absolutamente incapaces de ir más allá de una tarima y un cursillo rápido de idiomas. Hablemos en serio, Espe. Es el futuro el que está en juego. Pero no el tuyo ni el de tus maromos del Gobierno regional. Ni más ni menos que el de este país.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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