La expansión de la cumbia "villera"
Nuestra sociedad post-moderna, trans-moderna o líquida, como queramos llamarla según el pensador que elijamos para discurrir sobre nuestro mundo contemporáneo, genera manifestaciones populares sustantivamente transgresoras. No se trata simplemente de los conocidos enclaves de marginación social o aun de las tribus ciudadanas, en que se mezclan la droga, la violencia y el delito. Nos referimos a fenómenos que, nacidos de la marginación, adquieren una fascinación que los termina convalidando socialmente.
Es el discutido caso de la cumbia, una hermosísima danza caribeña nacida en Colombia, testimonio vivo de los sincretismos culturales que se dan en nuestra América. Mezcla de sones e instrumentos africanos, indígenas y españoles, ha ido madurando con el correr de los años, renovándose, incorporando nuevos elementos musicales y aún letras, que originalmente no aparecían.
Polémica en el Río de la Plata sobre esta subcultura musical: ¿es "chatarra" o signo de la diversidad?
En los años 50 comenzó, lentamente, la difusión de sus grabaciones y los famosos Wawanko las esparcieron por el mundo de habla castellana. A partir de entonces, la cumbia fue una en Colombia, otra en México y otra en Perú, hasta que al llegar a la Argentina adquirió un sesgo curioso: adoptada por los habitantes de los asentamientos irregulares (las "villas" o "villas miseria"), pasó a generalizarse. Musicalmente es un híbrido de otras "cumbias" nacionales, que preserva el contagioso ritmo caribeño, pero añade letras de un contenido social violento. El lenguaje es duro y a veces procaz. Cuenta historias de vidas golpeadas por la adversidad, donde robar ("chorrear") es lo normal, la droga la escalera para trepar y el sexo un ejercicio machista desenfadado y grosero.
Es muy curioso como la "villera", bajo ese rótulo, se ha ido expandiendo velozmente por el continente, a través de las "barras bravas" de los clubes de fútbol y algunas emisoras underground. El fenómeno ocurre no sólo en los bajos estratos sociales, sino aun en los de mayor nivel, en que estos panfletos marginales conviven con las expresiones más sofisticadas del rock. Es precisamente el caso del Río de la Plata, tanto Argentina como Uruguay, donde un corte transversal de la sociedad acoge este mensaje que algunos respetan como expresión de la pobreza y otros vituperan al repudiar la legitimación de una literatura antisistémica.
Digamos también que las letras no son fáciles de entender para quien no esté familiarizado con ese lenguaje de la marginalidad. En nuestra región rioplatense ya el tango consagró una literatura notable en que el castellano se mezclaba con un lunfardo de fuerte influencia italiana. Lo de ahora es un nuevo argot, más crudo, a veces truculento, poco comprensible fuera de su ambiente, aunque su intención se advierta. Allí desfilan la madre soltera, el ladrón habitual, el muchacho al que le estalla la cabeza por lo que ha ingerido, la pobre putilla ignorante, la droga, el niño sin figura paterna, el odio de clase...
Hace algunos años, en Buenos Aires, un gobernante vinculó la expansión de esta cumbia al auge del delito y la inseguridad pública. Desatado el debate, el propio presidente Kirchner terminó hablando a favor de la "villera". Estos días en Montevideo, a raíz de unos cursos oficiales para enseñar a bailarla, se enfrentaron el director de la Filarmónica, quien la calificó de "chatarra" que consume la misma gente ignorante que se entrega a la "pasta base", mientras el director de Cultura la defendió en nombre de la diversidad.
La discusión, por cierto, desborda la anécdota local. Y no es otra que la del relativismo. Si en nombre del respeto a pueblos con culturas primitivas, o religiones arcaicas, se preconiza que aceptemos sin chistar la subordinación de la mujer hasta el nivel de la esclavitud, no es extraño que también estructuras oficiales -para atraer a jóvenes a los que cuesta aproximar a programas cultura-les- difundan la cumbia "villera" como si mereciera la misma consideración que una sinfonía de Beethoven.
Basados en cierta antropología clásica y el catecismo moderno de lo "políticamente correcto", no faltan -en todas partes- intelectuales defensores de la difusión de esta sub-cultura marginal que se regodea en su propia degradación. En nombre de la libertad, no se nos ocurriría perseguir esta música o proscribirla de las radios. Pero, ¿es razonable que la asumamos como un valor auténtico, enclavado dentro del discurso "pobrista" que inunda el mundo?
Si da lo mismo hablar bien que mal y asumir el delito como un laburo más, se perpetúa el atraso y difícilmente se formará una juventud para los exigentes tiempos globalizados. Desde ya que no es posible congelar hábitos y modalidades culturales. Por eso mismo, hoy despenalizar el aborto o aceptar la legitimidad del concubinato, ya está impuesto en la mayoría de los Estados. Pero eso nada tiene que ver con el descenso de los modos de relación hasta un nivel de degradación que se está viendo cada vez con más frecuencia en numerosos países, aun desarrollados, donde el choque de las zonas pobres con los aluviones inmigratorios va generando extrañas subculturas.
Bienvenida sea la diversidad. Pero ella no es el pasaporte al vale todo. Todavía Velázquez es Velázquez y Cervantes, Cervantes.
Julio María Sanguinetti, ex presidente de Uruguay, es abogado y periodista.
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