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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Nueva erupción iraní

Los acontecimientos de Teherán reverdecen la crisis del régimen y debilitan a Ahmadineyad

El día de Jerusalén, una fiesta destinada a mostrar la solidaridad musulmana con los palestinos, ha servido para comprobar que la crisis iraní puesta al descubierto por las fraudulentas elecciones de junio dista mucho de haber concluido. Los partidarios de la oposición han aprovechado para hacerse presentes de nuevo, por decenas de miles, en las más importantes encrucijadas de Teherán y desafiar al Gobierno. El líder opositor Musaví, el también reformista Karrubí, derrotados ambos en junio, y el ex presidente Jatamí han sido atacados por partidarios del ultramontano presidente Mahmud Ahmadineyad. De nuevo detenciones, también en las ciudades de Tabriz e Isfahan, y de nuevo la brutalidad de los milicianos basiyíes, un ejército de la porra, en un disminuido eco de la violencia con que el régimen teocrático aplastó hace meses las masivas protestas ciudadanas.

El descompuesto clima político iraní escenificado ayer no es la mejor tarjeta de presentación para la próxima visita a la ONU de Ahmadineyad, que ha vuelto a concitar la ira de Europa y EE UU al burlarse nuevamente del Holocausto, en el primer viaje relevante después de su reelección. Tampoco ayudan los signos crecientes de hartazgo por parte de Estados Unidos, pese a todos los gestos de Obama, con la cerrazón de la teocracia islámica a propósito de sus ambiciones atómicas; la última advertencia, ayer, de la secretaria de Estado Clinton. Las conversaciones que los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, más Alemania, mantendrán con Irán el 1 de octubre corren el riesgo de convertirse en un nuevo episodio de este diálogo de sordos, que se prolonga desde 2006, tan rentable para los ayatolás. Teherán ha aceptado el requerimiento negociador occidental, pero su agenda del encuentro incluye lo divino y lo humano a excepción del dosier nuclear. Irán, pese a ser reiteradamente conminado y sancionado por el Consejo de Seguridad, no ha suspendido su amenazador programa de enriquecimiento de uranio.

Cuarteado tras las amañadas elecciones de junio, el régimen, menos monolítico, depende cada vez más del brazo armado de los Guardianes de la Revolución. La abierta contestación que se inició entonces contra su insostenible fachada democrática -en realidad un sumo sacerdote no elegido, Alí Jamenei, decide por el país- ha acentuado el rostro de un sistema que controla sin pudor las palancas del poder, se impone a los medios de información y pretende mantenerse a toda costa. Su cabeza visible, el presidente Ahmadineyad, volvía a despacharse ayer con una soflama incendiaria en la que de nuevo consideró un invento propagandístico el exterminio judío e instó a sus compatriotas a acabar con Israel. Los exabruptos y las amenazas del fundamentalista jefe del Estado iraní no sólo ofenden a la opinión civilizada. Menguan más, si cabe, las credenciales del régimen que representa.

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