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Columna
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Topar con los límites

Francisco G. Basterra

Barack Obama, el pragmático, ha tardado sólo ocho meses en reconocer los límites del poder de Estados Unidos. Con la retirada del paraguas antimisiles que su predecesor George Bush había comprometido con Polonia y la República Checa para defender a Europa y a EE UU de los cohetes iraníes de largo alcance, cambia el rumbo de la política exterior norteamericana e insinúa un nuevo orden internacional. Obama ha confirmado que no hablaba por hablar cuando en su viaje a Moscú el pasado julio defendió la necesidad de que "Rusia ocupe su legítimo lugar como gran potencia". Pero ya mucho antes, en 2007, aún no era presidente, refiriéndose a la jornada del 11 de septiembre de 2001, el entonces senador afirmaba que "lo que vimos aquella mañana nos obligó a reconocer que en un nuevo mundo de amenazas, ya no podemos estar únicamente protegidos por nuestro propio poder".

Sin Rusia, Obama no puede contener el poder nuclear de Irán ni reconducir la guerra de Afganistán

Rusia puede estar satisfecha. Se sale con la suya. Estados Unidos reconoce su esfera de influencia en Europa, más allá de sus fronteras, y retira lo que consideraba una amenaza a su posición estratégica. La nueva arquitectura de seguridad europea que reclama Moscú puede tener recorrido y deberá ser considerada por Washington en el nuevo equilibrio que se abre. Obama entierra también el mito de la defensa antimisiles como escudo impenetrable, tan querida por los republicanos, y simbolizada por la guerra de las galaxias de Ronald Reagan. Gideon Rachman, en su blog en el Financial Times, ofrece una pista del realismo que inspira la política de seguridad nacional del presidente afroamericano. Cita a uno de sus asesores que se refirió al escudo ahora plegado con estas palabras: "Un sistema que no funcionará, contra una amenaza que no existe, pagado con un dinero que no tenemos".

Sin Rusia, Obama no puede contener el poder nuclear de Irán, ni la amenaza de Corea del Norte, ni reconducir la guerra de Afganistán. Por descontado que Washington y Moscú se han apresurado a precisar que éste no es un cambio de cromos de misiles por la ayuda rusa allá donde la mano norteamericana no alcanza. El abandono del escudo antimisiles en Centroeuropa coincide con el anuncio de la apertura de negociaciones directas con Teherán con quién EE UU no habla desde hace 30 años. El Pentágono argumenta que los ayatolás no disponen de un sistema de misiles de largo alcance con el que puedan amenazar a Europa o a Estados Unidos, pero sí, en cambio, tienen ya cohetes de corto y medio recorrido que constituyen un peligro para Israel, aliados de Oriente Próximo como Arabia Saudí o Egipto, y Europa. Envía también Obama un mensaje a Israel: entiendo el peligro que supone para el Estado judío el Irán islámico, pongo medios más eficaces para protegeros, pero ojo con desatar unilateralmente un ataque contra las instalaciones nucleares iraníes. Para contrarrestar la amenaza de Teherán, Washington desplegará un sistema de misiles interceptores Sam-3, más pequeños, que situará en barcos en el Mediterráneo y en tierra.

La consternación es evidente en Centroeuropa, temerosa del resurgir de Rusia como gran poder y de la eventual pérdida de la garantía de seguridad de EE UU. La decisión ha coincidido con el 70º aniversario de la invasión de Polonia por la URSS de Stalin en la II Guerra Mundial. Obama se ha apresurado a recordar que continúa abierto el paraguas de la OTAN y el artículo 5º de su tratado: cualquier ataque a uno de sus miembros será un ataque a todos y respondido colectivamente. El jefe de la Alianza proponía ayer un sistema conjunto de defensa entre EE UU, Rusia y la OTAN. Pero los países de Europa Central, entre el Báltico y el mar Negro, recelan. La historia les da la razón. Han sido casi siempre un gran pastel geopolítico dividido entre las potencias, confirmando la reflexión de Tucídides: "El fuerte hace lo que puede y el débil hace lo que debe".

Obama ya está siendo acusado por los republicanos de traición a los aliados y de bajada de pantalones ante Rusia. Una Rusia con una economía primitiva, una dependencia humillante del petróleo, una democracia débil, una corrupción rampante y una población menguante. Es la descripción que realizó de su país el presidente Dmitri Medvédev, la semana pasada, en un manifiesto publicado en gazeta.ru. Puede que la compleja partida salga bien: impedir que Irán se dote de la bomba y lograr una próxima reducción de los arsenales nucleares rusos. En cualquier caso, la decisión de Obama es un signo más de la disminución del interés de Estados Unidos por Europa.

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