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Columna
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Inquisidores, impresentables

Cuando, de ahora en adelante, visite Cataluña un creador iraní -un cineasta, una escritora, un músico...-, ¿le conminaremos bajo amenaza de boicoteo a condenar la brutal represión vivida en su país a raíz del fraude electoral del pasado junio, a denunciar la dictadura teocrática que rige allí desde 1979? Si el invitado es ruso, ¿deberá reprobar los crímenes de Estado, la violación sistemática de los derechos humanos en Chechenia, el despotismo apenas encubierto de Putin, para evitar que sus comparecencias públicas sean objeto de repudio? En caso de recibir algún día a un artista o autor de Sri Lanka, ¿tendría éste que escoger entre abominar de las matanzas de civiles cometidas por el ejército de su país durante el reciente aplastamiento de la insurgencia tamil o ser tachado de "defensor de crímenes de guerra"? Y si nuestro huésped viene del mundo árabe islámico, ¿le exigiremos que condene la brutal aplicación de la sharia, la discriminación de las mujeres, la persecución de los homosexuales, la asfixiante falta de libertades en esa parte del mundo, so pena de ser insultado y abroncado?

Joan Saura, en un ejercicio de deslealtad, permitió que su partido legitimase la protesta contra la artista israelí Noa

Naturalmente, nada de esto va a suceder ni a nadie se le ocurrirá plantearlo, lo cual desenmascara el carácter y las motivaciones de las plataformas que promovieron el boicoteo a la cantante Noa el pasado Onze de Setembre: su carácter inquisitorial y sectario -bajo disfraz pacifista y buenista-, sus motivaciones judeófobas y comprensivas con el islamismo radical. ¿Por qué, entre todos los ciudadanos del planeta, sólo los judíos israelíes tienen que renegar de sus instituciones -democráticas- y aplaudir a quienes pretenden destruirles, si quieren obtener el certificado de progresistas y gentes de paz? ¿Por qué esas entidades tan severas en el escrutinio de las ideas políticas de Noa ni siquiera pestañearon, por ejemplo, ante la noticia (Reuters, 30 de agosto) de que Hamás ha conminado a las escuelas de la ONU en Gaza a no hablar en sus clases del Holocausto, "una mentira inventada por los sionistas"?

De todos modos, que la campaña global orquestada por izquierdas extremas y grupos filopalestinos para demonizar a Israel y acosar a sus artistas o académicos en el extranjero haya llegado también a Barcelona no da lugar a sorpresa. Lo asombroso es que tales plataformas -cuya fuerza y representatividad quedaron a la vista el pasado viernes en la Ciutadella- puedan arrastrar a una formación de gobierno (del Gobierno anfitrión de la cantante boicoteada, por más señas) y llevarla a hundir en el ridículo la celebración institucional de la Diada. Lo cual nos remite, desgraciadamente, a un problema que ya afloró en otro contexto el pasado mes de marzo: la falta de coraje político de Joan Saura.

Número tres del Ejecutivo que invitó a Noa y todavía líder máximo de Iniciativa Verds, el señor Saura poseía toda la autoridad democrática requerida para impedir que su coalición, en un ejercicio de deslealtad y de oportunismo inauditos, engordara y legitimase la protesta ultraminoritaria contra la artista israelí. En vez de eso, prefirió fingir que "desconocía" los preparativos de boicoteo jaleados por Dolors Camats y Laia Ortiz, y a posteriori "condenó y lamentó" los incidentes, como si no fuesen con él.

Consejero de Interior y responsable político de los Mossos d'Esquadra, Joan Saura tenía la obligación de velar por la dignidad y el buen orden del acto institucional más importante que la Generalitat organiza en todo el año, y ello sin violentar a nadie ni transgredir ningún derecho: una policía eficiente sabe cómo hacerlo. Sin embargo, parece que antepuso el carnet de partido a las exigencias del cargo, porque el medio centenar de activistas antiisraelíes pudieron ocupar cómodamente localidades de preferencia y convertir la Ciutadella -tomo prestada la metáfora al vicepresidente Carod- en un grotesco Teherán de pacotilla.

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