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Columna
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No hay libertad sin ley, y viceversa

Como su mente es asociativa, Juan Urbano cosió la noticia que hablaba de que los profesores de la enseñanza pública tendrán rango de autoridad porque así lo va a imponer la Comunidad de Madrid, con el contenido de la obra de Ariel Dorfman que había visto en el Teatro Fernán Gómez. La Ley de Autoridad del Profesor que va a poner en marcha el Gobierno de Esperanza Aguirre pretende que los maestros dejen de ser un boxeador sin guantes y con las manos atadas a la espalda para que los peores de cada clase les hagan la vida imposible, como ocurre demasiado a menudo, y al tener esa categoría que también tienen los magistrados o los policías, lleven un aviso en la tarjeta: agredirlos es agredir a una autoridad y, por lo tanto, la condena es mayor, puede llevar a la cárcel a quien cometa el delito. Además, los educadores tendrán otro galón en la camisa, que es la presunción de veracidad, lo que otorga a su palabra más valor que a la del resto de los ciudadanos, aunque también los expone a sanciones mayores si se demuestra que mentían o que se les ha subido la gorra de plato a la cabeza y han abusado de su poder. Lo de la presunción de veracidad a Juan Urbano le da un poco de miedo, porque ahonda en esa moda tan de estos tiempos de juzgar las cosas desde la demagogia en lugar de hacerlo desde la razón, lo cual puede propiciar disparates como el de la Ley de Género, que como decían antes las madres, es del género tonto. "No puede haber libertad sin reglas", ha sentenciado la presidenta, y eso está bien, aunque hubiera estado aún mucho mejor si hubiese añadido: "Y viceversa". Perdió una gran oportunidad.

Las patrias, las banderas y los pasaportes son algo unas veces patético, otras terrible y siempre injusto

Y aquí es donde se cruza El otro lado, la estupenda obra de teatro escrita por Ariel Dorfman e interpretada superlativamente por la interminablemente guapa Charo López, Eusebio Lázaro y José Luis Torrijo, porque de lo que habla el texto es de las fronteras, del absurdo de considerar diferentes a los que están al otro lado de una raya arbitraria, que es lo que son todas las aduanas del mundo, esos lugares perversos que transforman la geografía en política y dividen a los seres humanos en legales e ilegales. Las fronteras son las cicatrices de la Historia. Al acabar una guerra que como no es ninguna en concreto son todas, la vida que llevaba el matrimonio que protagoniza El otro lado se fractura y se parte en comedia y drama cuando la autoridad competente les informa de que al alcanzarse la paz entre que luchaban por invadirse uno al otro, se han modificado los límites de sus territorios, con lo cual su casa está justo entre una nación y la otra. De modo que un agente del país donde ha nacido el marido traza una línea que corta por la mitad su cama, deporta a la mujer, que es originaria del otro país, y a partir de ese momento la idea ingeniosa de Dorfman nos da una lección de hasta qué punto todo eso de las patrias, las banderas y los pasaportes es algo unas veces patético, otras terrible y siempre injusto.

¿No será algo parecido lo que está pasando en los colegios y los institutos, donde cada vez parece que hay más fronteras invisibles y más alumnos recluidos en guetos que motivan su nacionalidad, su color, su religión o, entre otras cosas, su cultura? Es verdad que el nivel educativo en España es lamentable, y que por ahí había que empezar, pero, ¿por qué se ha degradado del modo en que lo ha hecho el nivel de disciplina de los estudiantes? Uniendo esa noticia y esa obra de teatro en su cabeza, Juan Urbano se fue al colegio de su hija a esperarla a la salida, igual que hace cada tarde. Le parece bien que se vaya a defender la autoridad de los maestros, una vieja reivindicación de los sindicatos, que la han defendido con toda su fuerza. A ver qué sale de eso, y ojalá no se convierta en otro capítulo de la impotencia que demuestran los políticos cuando sus únicas soluciones son represivas. También hay que educar.

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