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ÍDOLOS DE LA CUEVA
Columna
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Lo(s) de siempre

Manuel Rodríguez Rivero

Fue hace un año, de manera que no ha habido tiempo de olvidarlo. Con Obama -la gran esperanza negra- en el horizonte oval y el coro de comentaristas anunciando, poco más o menos, el fin del capitalismo malo y la reforma en profundidad (algunos llegaban a pronunciar "revolución") que estaba necesitando el sistema desde la época de la acumulación primitiva y la expropiación de los campesinos. Por supuesto, los principios no se discutían: el capitalismo es el mejor de los sistemas posibles ("el menos malo", puntualizaban los socialdemócratas con pasado), de manera que el desastre de Lehman Brothers serviría para que todos nos pongamos las pilas, ahora que el lobo ha enseñado sus orejas.

El capitalismo que viene no tiene pinta de ser más "compasivo". En Wall Street la doctrina dominante sigue siendo el reaganismo

Después del largo periodo de políticas económicas ultraliberales, de veneración del mercado desregularizado y de tonto el último, se exhumaba a Keynes, rescatándolo de su olvidada tumba teórica. Incluso hubo quien se atrevió a decir públicamente que, después de todo, quizás Marx, etcétera. Los buenos propósitos -como los que se formulan cada Año Nuevo con el cerebro burbujeante de cava- han durado el tiempo de un suspiro. O de un temblor de tierra. Y eso que hubo un momento que hasta los ejecutivos de Wall Street cruzaban la célebre calle mirando a uno y otro lado, como si hubiera dejado de ser peatonal. Se habían convertido en chicos prudentes. O, al menos, querían pasar inadvertidos. Ahora, mientras los raquíticos brotes verdes todavía se lo piensan, todo eso se ha esfumado. Lo de la reforma probablemente quede en apresurados zurcidos aquí y allá, de modo que hasta la sobadísima sentencia del príncipe de Salinas (El Gatopardo), parece resultarles excesiva a los derechohabientes del capitalismo real. La consigna que manejan se parece más bien a "que nada cambie demasiado para que todo siga lo mismo". Hasta la próxima crisis y tiro porque me toca.

De manera que el capitalismo que viene no tiene pinta de ser más "compasivo". En Wall Street -y quizás en Washington, como apuntaba hace poco Paul Krugman en un artículo apropiadamente titulado Todos los zombis del presidente- la doctrina dominante sigue siendo el reaganismo: poner trabas al sector privado siempre es malo, de manera que dejemos que el mercado se autorregule, es decir, que proceda a la sana selección natural. La economía, como se sabe, es el único espacio en el que todos los ricos militan entusiasmados en el darwinismo. Ahí sí que no hay "diseño inteligente" que valga: Dios nos libre.

Así que a seguirse enriqueciendo sin trabas ni valladares. Ya puestos, yo les aconsejaría a los ejecutivos financieros de incentivo astronómico y a los neobillonarios especulativos que hacen cola en las listas de Forbes que, en vez de organizar otra movida para muy pronto, traten de gozar de su dinero imitando a los oligarcas postsoviéticos: esos sí se lo montan de lujo. Leo en este periódico -que es el mío y el de ustedes- que Román Abramóvich (nacido en 1966), propietario del Chelsea y de un yate (con submarino de bolsillo incluido) que corta la respiración, organizó el otro día una pequeña excursión al Kilimanjaro con su séquito de amigos, sus guardaespaldas y más de 100 porteadores, que viajaron encantados en el Boeing del magnate: con tantos personajes quizás Hemingway hubiera podido dejarse de cuentos y emprender una novela coral, lo que nunca fue su fuerte. Y qué me dicen del bueno del billonario Mijaíl Projorov (1965), el emprendedor muchacho (nada que ver con el indolente Oblómov de Góncharov) que organizó este verano una simbólica fiestaza a bordo del Aurora, el crucero desde el que se disparó el cañonazo que marcó el inicio de una revolución que pretendía (vaya fiasco) acabar con el capitalismo y crear al hombre nuevo. Para hombres nuevos ellos. Los de siempre.

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