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Devolver la autoridad a los profesores

Ni el Gobierno ni el PP parecen tener el menor interés por sellar un pacto de Estado, del que, sin embargo, tanto alardean, para frenar el deterioro en todos los aspectos de la educación. A unos y otros se les llena la boca diciendo cosas como que "en una situación como la actual, en la que España atraviesa la crisis económica más grave de la historia reciente del país, resulta más necesario que nunca abordar una reforma del sistema educativo". Pero sólo llegan hasta ahí, al menos hasta ahora.

Estamos inaugurando un nuevo curso en las enseñanzas no universitarias, y lo lamentable es que persistan los viejos problemas, pudriéndose cada vez más, pues nadie se atreve a coger el toro por los cuernos.

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En primer lugar, hay que solucionar la violencia psíquica contra el profesor que se ha convertido en un elemento crónico de nuestras aulas y que da origen a muchos otros problemas. Se manifiesta con actos de desobediencia, chanzas, insultos y enfrentamientos verbales, todo ello dentro de un clima permisivo y transgresor donde todo vale, desde "pasar" de las clases y los profesores -con la consecuencia de altos niveles de fracaso escolar- hasta llegar a la agresión directa a los profesores. Pues la violencia psíquica termina dando paso a la física dentro y fuera de las aulas. Y creo que esta última debería ser tratada por la fiscalía y los tribunales de menores. En este aspecto estoy de acuerdo con que las agresiones a profesores entren en el Código Penal como propone el PP.

Estamos hablando de adolescentes, chicos y chicas en una etapa de la vida en que la rebeldía suele estar a flor de piel -lean El adolescente indomable- y en que las actitudes respecto a sus profesores consisten, en la mayoría de los casos, en enfrentarse a ellos. Los que así se manifiestan tienen a toda la clase a su favor, pues aunque muchos de sus compañeros no estén de acuerdo con sus conductas, y deseen dar la clase en paz, no se pondrán nunca al lado de los profesores, ya que después ellos mismos puede ser represaliados. Y es que "los líderes negativos" gozan de gran admiración y de cierta impunidad. ¿Qué les puede pasar? ¿Que los echen de clase? Volverán. ¿Que suspendan y repitan? ¿Qué les importa? Ya los aprobarán. Los inspectores ya se encargan de aquel profesor que suspende a muchos. Porque no se puede superar un determinado tanto por ciento de suspensos. Si se supera, sobre el profesor en cuestión caerá el castigo o, en todo caso la "lupa" de la inspección hasta que se aclare de dónde procede el "fallo".

Además, a los docentes no los han formado para solucionar situaciones violentas en el aula, a costa de disciplina policial, o para aguantar las embestidas como si fueran policías, héroes o santos.

Hasta hace un tiempo, la gran baza de los profesores en los casos problemáticos sucedidos en el aula era la autoridad que les daba su cargo, la cual comenzó a desaparecer a partir del momento en que se aceptó que los alumnos se burlen de ellos, los desprecien o los insulten con toda impunidad. ¿Qué autoridad les queda hoy? Escasa o nula, pues el sistema educativo no proporciona instrumentos adecuados para resolver estos conflictos de forma eficaz y a su debido tiempo. Éstos se eternizan, y los chicos lo saben, que es lo peor. Tener un "jefe" al que se le ha despojado de autoridad es una contradicción in terminis.

No me extraña que del estudio que el sindicato de profesores ANPE, encargó hace un tiempo para evaluar la salud psicológica del profesorado se extrajera que un 43% presenta algún signo de daño psíquico, y que en concreto el 33,60% manifiesta síntomas de angustia y el 34,92% de depresión.

Estoy segura de que si al día de hoy se actualiza ese estudio han aumentado los datos negativos, pues, según encuestas recientes de sindicatos como CSI-CSIF, el 12% de los profesionales de secundaria ya han sufrido agresiones físicas. En el 80% de los casos, provienen de alumnos; en el 17%, de padres.

A esta situación se ha llegado por diversas causas. Subrayaré sólo dos. Primera: las sucesivas reformas educativas de los últimos tiempos no han hecho sino mimar al alumno de forma exagerada y peligrosa. De hecho, éste tiene 59 derechos frente a nueve deberes. Esto hace que los roles de profesor y alumno se aproximen tanto que este último toma al primero por un colega más -un colega al que hay que machacar pues tiene poder para calificar sus exámenes-.

Segunda: se ha quitado al profesor mucha autoridad, otorgándole parte de la responsabilidad a las Asociaciones de Padres y Madres. De hecho, hay continuos enfrentamientos y agresiones de los padres de alumnos con los profesores de sus hijos.

Hay que devolver la autoridad y la autoestima al profesor en su trabajo como docente. No queda otra opción para resolver, o al menos hacer que disminuya, esa violencia que pone en peligro un puntal de las sociedades democráticas como es la educación. Los docentes y los sindicatos ya han hecho oír su voz, reclamando reformas legales para reducir la violencia psíquica y física. Sin una educación de calidad no habrá nuevo modelo económico, ni desarrollo cívico, ni un futuro digno.

Juana Vázquez es catedrática de Lengua y Literatura y escritora.

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