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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Errores afganos

La alianza internacional debe corregir su enfoque si quiere una retirada honrosa y eficaz

Todo lo que ahora sucede a borbotones en Afganistán deriva de los enormes errores recientes. La Administración de Obama comenzará esta semana un nuevo programa para dotar de derechos de defensa (y otros) a sus prisioneros en la oscura prisión de Bagram. Carecían de ellos. ¿Cómo se podía desarrollar una guerra ejemplar, construir un Estado democrático y luchar contra el terrorismo exhibiendo la pauta de la no ejemplaridad del poder público en el trato a sus prisioneros?

Las comisiones de control electoral han certificado un mínimo de 700.000 votos fraudulentos, un buen pellizco del censo: un dato que da cuenta de la precariedad moral subyacente al mandato del presunto ganador, el presidente Karzai, y sus discutibles aliados: ¿cómo defender la legitimidad y virtud de un poder, si éste viene aquejado por la trampa?

Los Gobiernos occidentales, con la canciller alemana Angela Merkel a la cabeza (y el Gobierno español en sintonía), avisan, en consonancia con el escepticismo de sus opiniones públicas, de que la intervención será transitoria y que corre prisa transferir a los afganos cualesquiera competencias y responsabilidades: un signo de que las cosas no se han hecho bien, de que queman, de que hay que desprenderse de ellas.

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Pues si los errores se han multiplicado, la cuestión a dirimir consiste en si se puede hacer mejor. Es posible que sí, pero bajo varias condiciones. Una es no reincidir en las prácticas antidemocráticas de aplicar a los ciudadanos afganos (como otrora a los iraquíes) reglas que repugnarían a los ciudadanos de los Gobiernos benefactores. Otra es la firme intolerancia ante el fraude electoral, por principio y porque ¿cómo conseguir legitimidad para un gobierno sospechoso de no asentarse en la mayoría? Y una tercera regla estriba en no enfatizar una posible fecha de retirada (se habla de cinco años), aunque ésta albergue argumentos sensatos, sino las condiciones en que pueda producirse: sobre todo, lograr convencer a los afganos de que la cuestión afgana es prioritariamente una cuestión de ellos mismos, aunque no sólo de ellos.

Todo lo demás suena a ominosa coartada para una retirada vergonzosa y vergonzante, por más que las opiniones estén sedientas de la misma. No es mala idea que una conferencia internacional, como quiere Merkel, fije esos principios, condiciones, y fechas.

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