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Columna
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Los olores del Palau

Francesc Valls

El olor a rostit abría el apetito del joven Miquel Batllori cuando sonaban los últimos compases del concierto matinal de los domingos en el Palau de la Música. Lo confesaba el sabio jesuita catalán cuando hacía memoria de sus años de infancia y juventud en la Barcelona convulsa del primer tercio del siglo XX. La familia Millet vivía por entonces en el edificio modernista de Domènech i Montaner y el aroma de los guisos se esparcía tan generosamente como la música por el recinto. Han pasado los años y ahora huele a chamusquina.

La entrada de los Mossos el pasado 23 de julio en ese templo modernista tenía un punto de profanación para más de un corazón sensible. La policía catalana irrumpía en la cuna de esa saga de mecenas y emprendedores que figura en el cuadro de honor de la moderada resistencia cultural. Los Millet tuvieron que cambiar Barcelona por Burgos al estallar la Guerra Civil. Y, como muchos burgueses catalanes, a su regreso, se debatieron en esa esquizofrenia entre alma y cuerpo: el franquismo intolerante les permitía hacer negocios (fue presidente del Banco Popular), pero les impedía las manifestaciones culturales. Por eso Fèlix Millet Maristany -hombre de la Federació de Joves Cristians de Catalunya (FJCC), amigo y confidente de los abades Marcet y Escarré- pudo medrar como financiero, al tiempo que lidiaba para impulsar plataformas como Òmnium Cultural. Fue también hombre clave en la organización de la fiesta de entronización de la Mare de Déu de Montserrat (1947), acto pionero considerado por algunos el primer tímido intento de reconciliación de la posguerra. Con estos precedentes paternos, no dejó de chocar que el pasado julio, cuando la policía entraba en el Palau, Fèlix Millet Tusell lo abandonaba cubriéndose el rostro y por la puerta trasera. El motor de su Mercedes 600 le aguardaba en marcha, mientras los Mossos sacaban una decena de cajas de material sensible. El motivo, un presunto desvío de 2,29 millones de euros del Orfeó Català.

Cierto es que Félix Millet siempre fue un hombre hábil: pujolista con Pujol, aznarista y patrón de la FAES con Aznar
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¿Cómo es posible que unas administraciones públicas (Ministerio, Generalitat y Ayuntamiento) tan diligentes a la hora de discernir entre el 31 de julio y el 1 de agosto para otorgar una ayuda a un trabajador en paro, no han sido capaces de percibir ese olor a chamusquina que se extendía desde hacía años por el Palau? Cierto es que Millet siempre fue un hombre hábil: pujolista con Pujol, aznarista y patrón de la FAES con Aznar. ¿Hay alguna perita más dulce para un político que un simpatizante distinguido? Así que no llamó la atención que el presupuesto de la remodelación del Palau se triplicara. O que Millet se fijara el año pasado unos emolumentos de 1,6 millones de euros o que facturas y justificantes estuvieran algo traspapelados (¡ya se sabe, los artistas!). Claro que anteriormente tampoco se había reparado en fútiles detalles como el hecho de que en 1984 la Audiencia de Barcelona lo hubiera condenado a dos meses de arresto y a 30.000 euros de multa por un delito de imprudencia que facilitó otro de falsedad en la sociedad de inversión inmobiliaria Renta Catalana. Al fin y al cabo, ¿quién no ha tenido un pequeño rifirrafe con la justicia en su pasado? La tradición señala que los financieros audaces suelen tener problemas. Por eso Fèlix Millet Tusell presidió el Orfeó Català, de forma ininterrumpida desde 1978 hasta su reciente y forzada dimisión. Por eso tampoco se reparó en ese supuesto pelotazo urbanístico de dos millones de euros: se compra una tienda por un millón y se vende por tres. Por no citar el Mercedes 600 de que disponía: un vehículo debe estar a la altura del cargo. O esa permuta urbanística entre el Palau y el Ayuntamiento de Barcelona por unos terrenos que ya no eran del Orfeó Català, sino de la cadena Olivia Hotels.

Para que lo acontecido no vuelva a suceder, nada mejor, como siempre, que recurrir a los sabios. Si Miquel Batllori percibía los olores dominicales en el Palau, tampoco está mal echar mano de su olfato científico para adiestrar administraciones. Y recomendarles que dejen sus inclinaciones rousseaunianas y se entreguen a las enseñanzas que se desprende de la obra sobre los Borgia, una familia que el sabio jesuita catalán retrató magistralmente.

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