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Columna
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¿Deben subir los impuestos?

Xavier Vidal-Folch

Si tenemos números rojos y debemos re-equilibrarlos, disponemos de tres remedios: aumentamos los ingresos, reducimos los gastos, o nos endeudamos. O combinamos los tres instrumentos. El catecismo vale para familias, empresas, y administraciones. A tenor del debate parlamentario de ayer, sólo existe una sintonía frágil (expirará a la primera concreción) para sujetar los gastos corrientes de la Administración. Nada más.

Quienes propugnan bajar los impuestos, lo hacen por numantinismo neoliberal: menos Estado, ¡ahora que el mercado renquea! O por cálculo de que ésa es la receta adecuada para incrementar la actividad: a menos gravámenes, más incentivo a la inversión y el consumo. Pero eso no es automático. Y en caso, como es el caso, de números rojos, disminuir los impuestos / ingresos, supone agravar el déficit.

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La batalla pre-presupuestaria iniciada en el Congreso se adereza de dilemas muy difíciles. El mayor consiste en que, desde un punto de vista de Hacienda, de mera caja, subir impuestos es de cajón: para compensar la caída de ingresos y afrontar el pago de la factura social de la crisis: siempre que ésta se admita, que algunos no. Pero ese enfoque pugna con el de la política económica necesaria hoy, y por tanto de la política fiscal, presupuestaria, que se requiere expansiva, generosa, gastadora, para combatir la recesión.

El G-20, el BCE, el Eurogrupo, el Banco Mundial / FMI, la OCDE y todos los demás sabios de Grecia sostienen que hay que seguir gastando. "Seguir implementando de manera decidida nuestras necesarias medidas de apoyo financiero y políticas fiscales y monetarias expansivas", consignaron los ministros de Finanzas del G-20 el pasado sábado en Londres. Aunque empezaron a preparar también el movimiento inverso, el retorno futuro a la ortodoxia.

Pues si aún hay que gastar, no tocaría aumentar impuestos. Quizá sí practicarles un afeite: a lo mejor cambiar un aumento de dos puntos del IVA (16%, inferior a la media europea) por un descenso de las cotizaciones sociales (que ayudaría a las contrataciones laborales). O suprimir la inútil dádiva de los 400 euros.

Pero subir la presión fiscal más de un punto, como ayer anunció el presidente, aunque convenga a Hacienda, es demasiado dudoso que convenga a la política económica necesaria de estímulo a la recuperación. Hay que elegir bien el momento para actuar, y el momento para esa subida es cuando la senda de la recuperación sea irreversible. Que no es nuestro caso. Quizá les convenga a los países que ya tienen trazada la senda de la recuperación. No a los demás, que se arriesgarían a matar al enfermo. "Si los Gobiernos hubiesen elevado los impuestos o reducido el gasto en medio de una recesión, es fácil que todos nosotros hubiésemos vivido una repetición completa de la Gran Depresión", advertía Paul Krugman (Negocios del domingo pasado).

Ese error de precipitación lo cometió EE UU en los años treinta. Y Japón en los noventa, tras su brutal burbuja inmobiliaria. Al impedir o suprimir la droga, el enfermo se hizo crónico. Esos mismos ejemplos del Nobel los expuso días antes el consejero Antoni Castells para concluir que el alza impositiva es prematura, y le crucificaron, oh divina provincia ignorante, con una ridícula regañina y el sambenito de presunto submarino del PP.

De modo que la reducción del gasto, incluso el menos necesario, el corriente, será difícil; el aumento del ingreso, por vía de impuestos, a la par una urgencia hacendística y un dislate de política económica. Queda el recurso al déficit, y su embalse año tras año, la deuda: herramienta que todos los parlamentarios olvidaron. España está en el 4,7 de déficit (se prevé que roce el 10% a fin de año) y en el 55% de la deuda sobre el PIB. Cierto, un nivel insólito y preocupante.

¿Pero es más inconveniente endeudarse que subir la presión fiscal? ¿Hay margen para mayor endeudamiento? La deuda topa con dos obstáculos. Uno es el Plan de Estabilidad de la UE, que impone techos del 3% al déficit y del 60% a la deuda: a cumplir en 2012. Objetivo deseable, pero aplazable, como ha ocurrido tantas veces. España podría alegar que atraviesa una "circunstancia temporal y excepcional" (lo que permite flexibilizar la aplicación de la norma) diferencial. A saber, una mayor gravedad comparativa de su desplome inmobiliario, insólito en Europa; y su consecuente, aunque lamentable, retraso en salir a flote. Lo que amortiguaría por otra vereda el peor efecto negativo del previsible repunte del Euríbor, cuando los primeros de la locomotora, Francia y Alemania, afiancen la recuperación, y los demás aún no.

Segunda barrera, los mercados. A mayor deuda, más cara su financiación, mayor el diferencial que el Tesoro paga por sus bonos. Pero los mercados atienden, más que a su volumen, a la firmeza en el manejo de la política económica, a la claridad de las reformas estructurales, también la vetada reforma laboral, la mejora de la competitividad y del déficit exterior. Otros grandes ausentes de la endeble riña doméstica.

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