"Ahora esto es una cloaca a cielo abierto"
Los embalses, el cultivo de la ribera y décadas de vertidos mataron el río
El río Jarama es uno de tantos que pagaron caro el desarrollo de España. Donde hace 40 años se bañaba la gente, se llenaban cántaros en los regueros de agua y los pescadores cogían truchas con hormiga de ala, hoy huele a ponzoña y se ven aguas turbias e inermes, moteadas de espumarajos de contaminación.
Todo empezó con los embalses construidos a inicios de los setenta por el régimen franquista para acabar con las sequías de entonces. "Dejaron el Jarama sin fuerza, lo castraron; sin las grandes crecidas perdió anchura y se encajonó", explica Diego García de Jalón, catedrático de ingeniería forestal en la Universidad Politécnica de Madrid.
Los agricultores también achicaron el río, comiéndole terreno para extender sus cultivos. Cuando iba con poca agua sembraban la tierra y la dejaban protegida con diques manuales para que el agua no volviese por sus fueros.
Desde los años setenta hasta ahora, los vertidos de residuos han dado la puntilla al río disminuido. La población de Madrid y la industria aumentaron y el sistema de depuración, al principio inexistente, no se desarrolló en proporción. E igual con la normativa de aguas y vertidos, que partió de la nada y tardó en formalizarse.
El polígono de Paracuellos del Jarama, la cervecería El Águila, la fábrica de camiones Pegaso... La industria que empleó a la gente de la ribera del Jarama ahogó el río en porquería.
"Este río es una cloaca a cielo abierto. Las depuradoras no filtran lo suficiente y se cuelan toda clase de contaminantes, entre otros, metales pesados como el plomo, el cromo o el zinc", explica Mercedes Arauzo, investigadora del Centro Superior de Investigaciones Científicas. El agua del río ya no vale para baño ni para beber. Solamente sirve para regar la huerta de la vega del Jarama.
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