Salidas para la recesión
La economía mundial todavía no ha salido de la crisis financiera y su recesión asociada, pero esa sutil connivencia entre políticos y economistas ya da por sentada la recuperación. Robert Gibbs, portavoz de la Administración de Obama, se ha felicitado públicamente de que ya no hay peligro de una Gran Depresión, y Jean Claude Trichet, presidente del Banco Central Europeo, aprecia signos sólidos de reactivación. Pero lo más audaz es que el consenso económico ya ha establecido los parámetros de una próxima reactivación. Dadas las similitudes con la gran crisis de 1929, agravada además con la inmediatez y extensión que provoca la globalización, suponen los pronosticadores que el periodo de recuperación será largo, porque disminuye el crecimiento potencial de las economías. Sólo por el aumento del paro estructural, de la deuda pública y de la disminución de la inversión, está claro que en los próximos 15 años el crecimiento potencial de la economía mundial será inferior al de los 15 años anteriores a la crisis. En el caso de España, cuyas tasas de aumento del PIB dependieron hasta 2007 en gran medida de la inmigración y el endeudamiento, el crecimiento potencial podría reducirse en los próximos años entre un cuarto y la mitad de las tasas históricas, de forma que en los próximos años apenas llegaría al 1,15%.
Todo esto es de manual. También lo es que para reactivar la economía más rápidamente y elevar la tasa de crecimiento potencial es necesario acometer reformas estructurales. Pero el problema de esas reformas radica en que todo el mundo las invoca, pocos precisan cuáles son -salvo la letanía inmisericorde del mercado laboral- y nadie las explica en detalle. De nada sirve repetir ad náuseam el estribillo "reforma del mercado de trabajo" si no se aclara que existen varias líneas posibles de reforma y que, por poner un caso, las propuestas del Banco de España, si se tomaran la molestia de explicarlas públicamente, diferirían bastante de las de la CEOE. Tampoco se dice que, por la naturaleza radical del cambio que deben implicar, las reformas económicas no suelen contar con el asenso de toda la sociedad e, incluso, provocan rechazos viscerales. Y, por último, llama la atención que los invocadores de reformas, entre los que destacan por su entusiasmo políticos y ex altos cargos del PP que se cuidaron muy mucho de cambiar de verdad nada cuando gobernaban, eviten cuidadosamente contar por lo menudo cuánto cuestan, a quién benefician y a quién perjudican.
Esta pendiente argumentativa concluye en la urgencia de afinar la política económica practicada en los últimos dos años, excesivamente débil y arbitraria según los resultados obtenidos. Cualquier intento de reformas para aliviar la caída del crecimiento potencial y aumentar la capacidad de generación de empleo exige como paso previo una posibilidad de pacto social. Desgraciadamente, el Gobierno no ha sido capaz de hilvanarlo, por más que la CEOE tenga una responsabilidad incuestionable en el fracaso. Y de nuevo hay que recordar que ha llegado el momento de evaluar la rentabilidad de la maraña de medidas económicas adoptadas, muchas de ellas baldías, y hacer cálculos de las restricciones financieras que tendrá el Estado en los próximos tres años. -
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