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EE UU ensalza la cooperación de Siria para lograr la paz en Oriente Próximo

El enviado de Obama necesita la influencia de Damasco sobre Hamás y Hezbolá

Sin el concurso de todos los países implicados, desenmarañar los conflictos en Oriente Próximo es una quimera. A la visita que comenzó ayer en Damasco y Tel Aviv el enviado de Barack Obama, George Mitchell, se sumarán los próximos días el secretario de Defensa estadounidense, Robert Gates, y el consejero de Seguridad Nacional, James Jones. Para abordarlo todo: construcción en las colonias judías, programa nuclear iraní, reanudación de negociaciones entre Israel y los vecinos árabes...

Arrancó Mitchell en la capital siria con el presidente Bachar el Asad, pieza indispensable en el rompecabezas político y militar de la región. Ya no es un paria, aunque las sanciones económicas aún castigan al régimen. Cuatro años después de que George Bush retirara a su embajador, Damasco se asemeja a una pasarela por la que desfilan dirigentes occidentales cada semana. "El éxito dependerá de que árabes e israelíes trabajen junto a nosotros para lograr una paz integral. Daremos la bienvenida a la cooperación de Siria en esta misión histórica", declaró el emisario de la Casa Blanca.

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Washington pretende reanudar las negociaciones cara a cara -o iniciarlas en el caso de Siria, después del diálogo indirecto con la mediación turca que descarriló por la guerra que Israel desató contra Gaza el invierno pasado-, a la mayor brevedad posible. Pero antes, el Gobierno de Benjamín Netanyahu deberá detener la construcción en las colonias judías de Cisjordania. Al menos 2.500 viviendas siguen levantándose, y el presidente palestino, Mahmud Abbas, ha prometido que no volverá a negociar mientras no se congele totalmente la edificación en el territorio ocupado. Pero hay más obstáculos. La división entre los palestinos es profunda. Sin reconciliación, resulta inviable que los eventuales pactos sean aplicados y respetados. Y en esa tarea, el papel de Siria es fundamental.

El movimiento fundamentalista palestino trata de acomodarse a la nueva situación con un lenguaje más moderado. Sus líderes, Jaled Meshal e Ismail Haniya, han repetido que aceptarían un Estado en los territorios ocupados con Jerusalén Oriental como capital. La influencia de Damasco sobre el partido-milicia libanés Hezbolá y Hamás -Meshal reside en la capital omeya desde hace más de una década- es indudable. También ha reiterado Hamás que no se opondrá a un acuerdo forjado entre Abbas y Netanyahu si se respalda en un referéndum. Pero la unidad palestina requerirá también que cese la persecución sin descanso a los islamistas en Cisjordania y las consiguientes represalias de Hamás en Gaza. Sin duda, Asad y Mitchell conversaron sobre el asunto. Ni una palabra trascendió.

Es sólo el comienzo. Un acuerdo de paz entre Siria e Israel es también un camino plagado de minas políticas. Damasco exige la devolución completa del Golán, conquistado por el Ejército israelí en junio de 1967. Israel ya ha advertido que no aceptará semejante pretensión. Uzi Arad, consejero de Seguridad Nacional, explicaba sus motivos en una reciente entrevista: "Por razones estratégicas, militares y de colonización de la tierra. Por necesidades de agua, vino y una vista". Aludía a los caldos de la meseta y a la panorámica de la Siria meridional que se observa desde los montes del Golán.

Más difícil será alcanzar la paz si prospera el proyecto de ley recién resucitado en el Parlamento israelí tras su archivo la legislatura pasada. La iniciativa establece que toda concesión territorial deberá ser aprobada en referéndum o por dos tercios (80) de los diputados de la Kneset. Una mayoría muy difícil de conseguir.

El presidente sirio, Bachar el Asad (derecha), saluda al enviado estadounidense, George Mitchell.
El presidente sirio, Bachar el Asad (derecha), saluda al enviado estadounidense, George Mitchell.REUTERS

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