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Columna
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El vaivén del tripartito y la 'sociovergencia'

Enric Company

El acuerdo sobre la financiación de la Generalitat ha reequilibrado una situación política en la que el Gobierno catalán andaba cojeando, tocado por su incapacidad de fijar una posición única sobre la Ley de Educación. Esa ley fue aprobada por una mayoría parlamentaria de centro-izquierda, la sociovergencia, que muestra claramente la viabilidad de una alternativa al tripartito de izquierdas. Hay una tercera gran opción en liza, la del centro-derecha, pero sólo es operativa cuando CiU y el PP forman mayoría en el Parlament, lo que, obviamente, no es el caso en la actualidad.

En el contencioso de la financiación, la cúpula de CiU ha preferido quedar fuera de un pacto en el que podía haberse apuntado también sus puntos. El protagonismo negociador ha recaído en el Gobierno tripartito, y en particular en el consejero Antoni Castells, que no les dejaba espacio. Pero, en puridad, se trata del desarrollo del Estatuto de Autonomía que el líder nacionalista Artur Mas pactó en 2006 con Rodríguez Zapatero. La mejor baza de CiU estaba en el Congreso, donde podría hacer valer su apoyo al acuerdo negociado por Castells, si no lo hubiera descalificado de entrada. Al descartar esa opción, ha colocado los tres escaños de ERC en posición de bisagra en el Congreso. Un regalo caído del cielo para Joan Ridao.

CiU y el PSC mostraron con la Ley de Educación la viabilidad de una alternativa al tripartito

En cambio, la momentánea viabilidad de la sociovergencia expresada por la Ley de Educación había sido, sobre todo, un éxito de CiU, por mucho que también una parte del PSC se sienta cómoda en ella. El triunfo de CiU ha sido doble. Por una parte, ha logrado imponer sus contenidos en asuntos que afectan al clasismo en el sistema educativo y refuerzan la hegemonía que la patronal de la enseñanza privado-religiosa tiene en él. Por otra parte, CiU ha conseguido este triunfo a base de quebrar la cohesión del Gobierno tripartito y de alumbrar una práctica inédita en Cataluña: la de los descoyuntados gobiernos que prefieren aprobar leyes con el apoyo de la oposición a costa de romper su propia mayoría parlamentaria. Ni que decir tiene que esto amplía el margen de maniobra de CiU como eventual alternativa.

El mensaje lanzado con esta operación por el presidente Montilla a los electores de izquierda ha sido inequívoco: si no logra en el seno de su Gobierno un acuerdo sobre una determinada ley, no duda en recurrir al principal partido de la oposición, CiU. Es como si hubiera dicho: "De los tres partidos que formamos este Gobierno, hay uno que importa muy poco. Puede opinar e incluso votar lo que quiera en el Parlament, porque a la hora de aprobar una de las leyes más importantes de la legislatura, ni le necesito ni le quiero: la aprobaremos con la derecha". Contra lo que pudiera parecer, la principal víctima de esta situación no es Iniciativa Verds-EUiA, la fuerza que ha quedado en minoría, sino el principio de cohesión gubernamental. Montilla lo ha sacrificado y ha mostrado que puede jugar con dos barajas: una con la izquierda y otra con el centro-derecha nacionalista. La del tripartito y la de la sociovergencia

Un Gobierno que se tomara en serio a sí mismo no habría hecho esto. Y un Gobierno que no se toma en serio a sí mismo, difícilmente será tomado en serio por los demás. Con razón han subrayado algunos comentaristas conservadores a propósito de este lance cuán extraña situación es esa en la que un Gobierno se permite votar dividido una ley sin que pase nada.

Fue, pues, con ajustada adecuación a los hechos como un periodista de TV-3 pudo decir el 1 de julio, al dar cuenta de la aprobación de la Ley de Educación en la Cámara, que se acababa de crear "una nueva mayoría parlamentaria". Nadie sabe si esa mayoría va a reproducirse en lo que quede de legislatura y tampoco si es un ensayo para la próxima, como desean una parte de CiU y otra del PSC. Ahora los nacionalistas no han querido o no han podido reeditar esa fórmula en la reforma de la financiación de la Generalitat. Han perdido una oportunidad, pero lo cierto es que su capacidad de intervención en un proceso pilotado por Castells era muy reducida. Incluso Esquerra ha tenido que esperar al último minuto para poder salir en la foto. El próximo envite será a propósito de la oferta lanzada por Mas al Gobierno para un pacto nacional sobre grandes infraestructuras. CiU lleva tiempo buscando realizar en este ámbito la misma jugada que le ha salido bien con la Ley de Educación. Habrá que ver si Montilla quiere volver a jugar con dos barajas.

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