Una sugerente melancolía
Una atmósfera de melancolía inunda de principio a fin las representaciones en el Teatro Real de Madrid de esa obra maestra absoluta de la creación operística que es Las bodas de Fígaro, de Mozart. Melancolía o, quizás, nostalgia. La representación fluye con luz propia en la combinación de teatro y música, y para el espectador lo más aconsejable es dejarse llevar, acunar, por los claroscuros mozartianos de la condición humana. López Cobos debutó escénicamente con esta obra en España -en A Coruña, concretamente, dentro del Festival Mozart, de la mano de Antonio Moral- en 2000. La transparencia y sentido del orden de entonces han evolucionado a una serenidad, un sosiego, que se manifiesta de forma privilegiada en los acompañamientos y, especialmente, en la creación de climas poéticos. López Cobos cede el protagonismo esencial a las voces y éstas se proyectan con un elogiable sentido de la homogeneidad, de la contención. El reparto -muy en la estética predilecta de Antonio Moral- es marcadamente teatral, algo no fundamental, sino imprescindible, en esta ópera, y de él destacan por empuje y línea mozartiana Pisaroni y Tezier, como Fígaro y el Conde, o por construcción del personaje Isabel Rey, en una Susanna más inteligente que pícara. Y dan un tono de solidez a la representación los cantantes en papeles aparentemente secundarios en esta ocasión: Chausson, Giménez, Viana, Cardoso, Sola. En fin, no hay sobresaltos. La música se puede escuchar con complacencia.
LAS BODAS DE FÍGARO
De Mozart. Director musical: Jesús López Cobos. Director de escena: Emilio Sagi. Con Luca Pisaroni, Barbara Frittoli, Isabel Rey, Ludovic Tézier, Marina Comparato, Jeannette Fischer, Carlos Chausson, Raul Giménez, Enrique Viana, Soledad Cardoso y Miguel Sola. Coro y Orquesta Sinfónica de Madrid. Coproducción con ABAO de Bilbao y teatro Pérez Galdós de Las Palmas. Teatro Real, 11 de julio.
Emilio Sagi se contagia también de la melancolía imperante y pone en pie un trabajo teatral sensible y armonioso, mirando con el rabillo del ojo a Strehler en el movimiento o la iluminación, y dando prioridad a la expresión de los sentimientos, aunque sin forzar en ningún momento los excesos. Es la suya una lectura de ecos "sevillanos", realista en primer plano, pero no naturalista, alejada del folclorismo y más profunda de lo que parece a primera vista por su vistosidad. El que fuera director artístico del Teatro Real ha vuelto a su antigua casa con humildad y sabiduría. Con Daniel Bianco de cómplice escenográfico y con Nuria Castejón, que aporta una coreografía en sintonía con el tono del espectáculo.
Con todos estos elementos, la sensación que se impone es la de calma. Pero no una calma chicha, sino algo que tiene que ver mucho más con la sencillez del trabajo bien hecho, con el concepto unitario de estar al servicio de la ópera que se está representando. No hay salidas de tono en ningún campo. No sé si es una representación extraordinaria. Tal vez no lo sea, pero no importa. Lo que importa es que es una representación que permite gozar con todas las consecuencias de la ópera mozartiana. Que invita a sentir, a reflexionar, a vivir. Es un regalo veraniego. Un regalo, con la sutilísima música de Mozart interiorizada, es una cosa muy seria.
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