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Columna
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Comunicación en apuros

Cuando un gran partido tiene en apuros con la justicia a su tesorero y a uno de sus principales barones, ¿qué debe hacer? El líder tiene dos opciones: disimular, a ver si primero amaina y después escampa, o afrontar la situación con valentía, levantar la alfombra y pasar la escoba, y reforzar su imagen de liderazgo.

Mariano Rajoy afirmó ya hace unos meses que nadie se "vende a cambio de tres trajes". Desde entonces, no hemos vuelto a saber de él. El juez Baltasar Garzón se inhibió y después el Tribunal Superior de Madrid ha visto indicios de delito en la actuación del tesorero nacional, Luis Bárcenas, y el magistrado instructor del Tribunal Superior de Valencia ha visto indicios racionales de cohecho por parte del presidente valenciano, Francisco Camps.

Mientras que en Estados Unidos la consigna política es explicarse, aquí se impide a la prensa que haga preguntas

La postura comunicativa del PP ha quedado fijada por las anchoas de Rita Barberá y por un texto leído por el portavoz Esteban González Pons. El comunicado ordenaba callar y cerrar filas, pero la puesta en escena encerraba todavía un mensaje mayor. González Pons se sumó a lo que parece cada día más común en España: la lectura de un comunicado por un político, sin admitir preguntas de los periodistas.

La práctica dice mucho de nuestra mejorable cultura democrática, también en Cataluña. La debilidad de la posición política parece no resistir la prueba de enfrentarse al escrutinio público, que también es responsabilidad de los medios de comunicación, y antes que pasar un mal rato o de dejar en evidencia las dificultades se prefiere un silencio denso. La táctica se completa con la insana relación establecida con algunos medios, que pasan el mensaje sin rechistar o se muestran como actores y no como observadores políticos. El comunicado sin preguntas tenía lugar al día siguiente de que Andrew Rashbass, director ejecutivo de la revista The Economist, referencia de buen y sano periodismo anglosajón, asegurara en Barcelona que "la independencia de criterio es rentable económicamente" y que la autonomía fabrica lectores todavía, y se interesara por el estado de salud de la independencia de los medios españoles.

La estrategia comunicativa de los partidos en España y en Cataluña parece no aprender de lo que funciona políticamente en otros países y del modelo que hace unos meses seducía al planeta.

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También al cercano Gobierno de la Generalitat le cuesta entender que la transparencia comunica mejor en el siglo XXI. Lo más habitual es el silencio, negar lo contrastado, y cuando las cosas se ponen feas, enviar a la rueda de prensa del Ejecutivo a su peso pesado del circunloquio, del discurso gelatinoso, para ganar por agotamiento del rival.

Mientras que en Estados Unidos asistimos a la muerte del ciudadano pasivo y gana terreno la democracia participativa, aquí silbamos distraídamente.

En Cataluña, los intentos de usar los nuevos medios se quedan en carteles animados, que los candidatos utilizan mayoritariamente en campaña electoral. De las instituciones, la que hace mayores esfuerzos es el Parlament, y su presidente, Ernest Benach, que no pierde ocasión de explicar las oportunidades de la democracia 2.0. Pero lo importante no son los nuevos medios, sino la nueva perspectiva de la participación ciudadana, que permite escuchar.

Barack Obama revolucionó la comunicación política en campaña y continúa haciéndolo ahora en el Gobierno. Su consigna es explicarse. Consciente del poder de conexión de las redes sociales y su capacidad para generar debate político, el equipo de Obama mantiene línea de comunicación directa con millones de ciudadanos. Alrededor de su grupo Organizing for America, se dirige directamente a los ciudadanos para explicar su reforma sanitaria, justificar el nombramiento de la nueva juez del Supremo, explicar las más controvertidas medidas económicas. Su equipo pone a disposición de cualquiera que reúna un mínimo de 80 ciudadanos a un responsable que les visite, les explique sus proyectos y escuche. El tupperware político funciona y se convierte en un poderoso grupo de presión. Era obvio que esto no es América, pero tampoco nos dejemos convertir en república bananera.

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