Honduras se enroca
La misión de la OEA fracasa en su intento de que los golpistas devuelvan el poder a Zelaya
Las posiciones se enrocan. La OEA estaba reunida ayer en Washington para votar la expulsión de Honduras, mientras el régimen golpista de Tegucigalpa anunciaba su retirada preventiva de la organización. El secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, había viajado el viernes a Tegucigalpa para exigir la reposición del presidente Manuel Zelaya en el cargo, en consonancia con la condena general, no sólo de la OEA, sino también de la UE y EE UU, por la ominosa reedición de un pasado que se creía ya extinguido: el golpe de Estado militar en América Latina.
El domingo pasado, los soldados sacaban de la cama a Zelaya y lo despachaban en un avión al exilio para impedir que ese mismo día se celebrara un referéndum del que el presidente esperaba que abriera camino a la reelección de los máximos mandatarios, lo que prohíbe la Constitución hondureña. Y los golpistas se apresuraban a elegir al presidente de la Cámara, Roberto Micheletti, sucesor de Zelaya.
Pero la pelea de fondo atiende a la ubicación política de Honduras en América Latina. Pese a ser un gran propietario y su partido, el Liberal, representar a la derecha conservadora más profunda, el presidente había virado a la izquierda, hasta integrarse en el ALBA, la Alianza Bolivariana, creada por el presidente venezolano, Hugo Chávez, en oposición al ALCA, tratado de libre comercio que impulsa Washington. Y los golpistas no ocultan hoy sus motivaciones: actuaron contra el alineamiento de su país con el bloque chavista, en el que militan Bolivia, Ecuador, Nicaragua y, recientemente, Paraguay. Zelaya aseguró ayer que volvería hoy a Tegucigalpa para reclamar la presidencia, operación en la que iban a acompañarle varios presidentes latinoamericanos. Y el régimen golpista ha garantizado que si vuelve dará con sus huesos en la cárcel, acusado de innumerables violaciones de la Constitución.
Con las espadas tan en alto por ambas partes, ¿adónde se va desde ahí? La OEA no ha intentado negociar porque, posiblemente, los golpistas no se prestaban a ello; las potencias de la UE, entre ellas España, han llamado a consultas a sus embajadores; el presidente norteamericano, Barack Obama, ha dejado claro que desea la reinstauración de Zelaya por muy chavista que sea; la ONU condenó unánimemente el golpe; los radicales como Chávez piden una acción militar restauradora, al tiempo, que, con su verbo inimitable, el venezolano llamaba a Micheletti, goriletti. Y en esta relativa precipitación de acontecimientos ha jugado un papel la necesidad de no regalar al chavismo el copyright de la protesta.
Pero como no se ve estómago para intervenir por parte de EE UU ni de nadie, salvo quizá Venezuela, el camino sólo puede conducir a la adopción de sanciones, a una ruptura diplomática masiva que denote el aislamiento del golpe, y al fin de la ayuda norteamericana. Mucho más allá no parece posible ir. Aunque si el golpe se consolida, todos salimos perdiendo.
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