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PERDONEN QUE NO ME LEVANTE
Columna
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Alrededores íntimos

Unos 90 años después de la publicación de Una habitación propia, de Virginia Woolf, un libro que marcó a generaciones de feministas -y, sobre todo, de aquellas mujeres que aspirábamos a escribir-, encerrada literal y voluntariamente en mi habitación propia de Beirut, el lugar en donde escribo y en el que sólo irrumpen mis fantasmas, que no son intrusos, miro alrededor y pienso en la cantidad de mujeres -y en unos cuantos hombres- que fueron necesarias para que yo haya conseguido esta, por otro lado, siempre precaria seguridad que para mí complementa el aislamiento necesario para mi trabajo. Devoción hacia ellos, la debo y la siento.

Pero como soy también hija de mi tiempo y de la cultura popular, este cuarto lo pueblan objetos e imágenes que me condujeron hasta aquí, y que son de todos, o al menos, de muchos; de mi generación y de otras.

"Los espacios propios, difíciles de conseguir, se van formando a medida que somos"

A mi derecha, entre la pared que queda a mi espalda y el balcón, y junto a un aparato wireless que ya no funciona, una gran foto rectangular de Marilyn recién despertada, medio desnuda, sonriendo con frágil felicidad y cascando unos huevos para aliviarse la resaca con un mejunje. Debajo, mi hermana y yo en una lejana navidad. Al lado, un póster de Vacaciones en Roma: ellos dos y la Vespa. En torno al cartel, pegadas en la pared, una colección de recuerdos italianos: direcciones, tickets de entrada a exposiciones, azules venecianos.

Pasado el balcón, en la pared de enfrente, un par de viejos árabes de rostro elaborado por el tiempo charlan mientras fuman sus respectivos narguilés. Uno de ellos apoya el codo en una sencilla silla de antes del plástico. La silla, medio inclinada, es muy hermosa.

En torno a los dos viejos, desafiando el tiempo, Alberto Sordi improvisa una danza moruna made in Italy, vestido de hurí de barrio, de fotorromance, para El jeque rojo, de Federico Fellini. Debajo de él, pegadas a la pared, otras curvas: las de Marisa Allasio, vestida de rojo, cobran relieve entre las siluetas oscuras de los dos cabestros callejeros y, sin embargo, buena gente que la pretendían, Maurizio Arena y Renato Salvatori. Poveri ma belli. Unos cuantos amigos saben de qué hablo: entre ellos, Javier Marías, estoy segura. A su lado, un perfil de Jean Seberg y un retrato de frente de Anita Loos (sin ella, Marilyn nunca habría rodado Los caballeros las prefieren rubias; el texto es suyo).

Ventana y, debajo, sofá. Sobre el respaldo de éste y contra el cristal: un mapa en relieve del Líbano, una portada de Time dedicada a George Clooney, una polaroid de grupo sacada una noche en Beirut por un fotógrafo ambulante, que Javier Bauluz se apresuró a copiar con su cámara. Yo me quedé con el original. Ramón, Patricia, Salim, Mónica, Javier y yo en medio, riéndome a carcajada limpia. Debajo, un corcho con anotaciones o citas olvidadas, un carné atrasado del Sporting Club.

Una colección de postales marroquíes, llenas de color, una estufa de butano que no es mía ni sirve para nada, cubierta por un paño de brocado damasceno. Encima, junto a una cesta con flores secas, conviven las Arabian nights de sir Richard Burton ilustradas por William Harvey y los hermanos Dalziel, edición no expurgada, que compré hace poco en Beirut; y un cuento sobre Nueva York y una colección de postales de artistas; ambos, regalos de un amigo.

Un par de estanterías con libros e instrumentos de trabajo y faraones metidos en cajitas metidas en cajitas; un par de camellos de felpa que, cuando se les oprime una pata, cantan y suenan como un atardecer en El Cairo, junto al Nilo, con ese fragor de barcazas… Ah, sí, en el estante más alto conviven un marcial libro sobre El Tercio -del año catapún; detalle camp de otro amigo- y las obras de Shakespeare filmadas por la BBC. En la balda inferior, un ejemplar del ¡Hola! del que no puedo desprenderme, aquel que, en portada, saca a Carmen Martínez-Bordíu vestida de exploradora en la selva, y titula: "… relata su fascinante aventura entre los gorilas de Uganda". Siempre me recordará de dónde vengo.

Porque los espacios propios, difíciles de conseguir, se van formando a medida que somos.

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