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Medio millón para la piqueta

El Ayuntamiento ordena derribar un edificio del Club de Campo que ayudó a construir con una subvención concedida hace dos años

Daniel Verdú

El Club de Campo, ese precioso lugar para practicar deporte situado en el mayor pulmón de la ciudad, pagado con dinero público pero de uso exclusivo (tiene unos 30.000 socios y una larga lista de espera de dimensiones similares), recibe anualmente cuantiosas subvenciones del Ayuntamiento de Madrid. En 2007, concretamente, obtuvo medio millón de euros para la construcción de una "sala polivalente" que iba a servir, según el certificado de la subvención, como nuevo gimnasio. Hasta ahí todo normal.

Pero el problema es que la infraestructura se hizo sin los oportunos permisos y ahora el propio Ayuntamiento ha ordenado que se derribe. Medio millón de euros, si la obra no se legaliza con algún tipo de plan especial, como es habitual en el Ayuntamiento, devorados por la piqueta municipal.

"Es surrealista que paguen por algo ilegal", critica Ángel Pérez (IU)
Darse un baño un sábado cuesta a los que no son socios 61,10 euros

Según la orden emitida por la Concejalía de Urbanismo el pasado 19 de mayo, se requiere al Club de Campo que "proceda a la demolición de las obras abusivamente realizadas [...]". Así de tajante y asegurando que no cabe recurso administrativo.

Pero desde Urbanismo, los mismos que han ordenado la demolición del edificio, dicen ahora que puede ser posible "legalizar" la infracción. "Se podría hacer un plan especial para adecuar la situación a la legalidad y que luego pidan la licencia", explica un portavoz de la concejalía. Nadie del Club de Campo, sin embargo, atendió a este periódico para ofrecer su versión sobre por qué se hicieron esas obras sin el permiso correspondiente.

"Hay que ser mucho más cuidadoso con el uso del dinero público. Esto demuestra el descontrol que hay en el Ayuntamiento. Siendo benévolos, es como mínimo surrealista que paguen una cosa que, según sus normas, es ilegal", critica el portavoz de Izquierda Unida (IU), Ángel Pérez. "Además, con una dotación de la periferia, la subvención seguro que no se habría concedido con tanta agilidad", insiste.

El Club de Campo, con una extensión de 250 hectáreas, pistas de tenis, pádel, hípica, golf u hockey, tenía una concesión para la explotación privada de las instalaciones que terminó en 1984. El Ayuntamiento de Madrid hizo valer entonces los derechos que tenía con los terrenos y formó una empresa mixta que perdura hoy en la que posee el 51% de la sociedad y que posee 180 de las hectáreas de suelo sobre el que se erige el recinto deportivo.

La mayoría de sus socios provienen de la etapa privada del club. Son antiguos miembros de la Real Sociedad Española Hípica, a la que en 1941 el Ayuntamiento de Madrid cedió el Club de Campo con la condición de que en 1954 revirtiera al pueblo de Madrid. Llegado ese año, el Ayuntamiento de entonces revisó el acuerdo y se decidió que éste se prolongaría otros 30 años. Durante todo ese tiempo, hasta que el alcalde de Madrid en 1984, Enrique Tierno Galván, rescató la concesión, el acceso al recinto estaba completamente prohibido a las personas que no eran socios.

Hoy, los madrileños que quieren entrar en el recinto y no tienen la suerte de ser miembros de la institución han de hacerlo con un tique individual y que sirve sólo para una sesión del deporte que se elija. Los precios, además, no es que sean precisamente populares. Más bien siguen fomentando el carácter elitista de la institución. Para darse un baño un sábado, por ejemplo, se tiene que comprar primero la entrada al recinto, que cuesta 32,40 euros, y luego la de la piscina, que son otros 28,70. Es decir, el chapuzón sabatino sale por 61,10 euros.

Para ingresar en el club de la Casa de Campo tiene que darse de baja algún socio primero. Algo que no es frecuente si gozan de buena salud. Si un socio se casa, o tiene descendencia, tanto su cónyuge como los hijos (a partir de los 13 años) tienen derecho automático de entrada. Algo que según la institución se hace para que la familia esté unida.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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