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Columna
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De talleres textiles y burdeles

Un periódico entrevista a la autora de una novela cuya protagonista es una chica joven que de día estudia y de noche ejerce la prostitución. La autora justifica el argumento: "Hay muchas universitarias que son prostitutas".

Si ella está en lo cierto y son muchas las universitarias que se prostituyen y no algunas como a mí me consta, llegaré a la conclusión de que todas sucumbieron al cuento de hadas que es Pretty woman, esa película tan programada en televisión, en la que una puta vulgar se transforma gracias a los brillantes de Tiffany y al vestuario Versace en una glamurosa mujer, lista para esposar al imprescindiblemente adinerado caballero. Una historia que, como es sabido, encaja con la de cualquier meretriz.

La vulnerabilidad no puede ser un pretexto para las irregularidades laborales en un país democrático

La entrevistada conoce ese mundo en primera persona y no habla de él como si fuera un cuento de hadas, pero tampoco lo describe en los términos en que lo hacen la mayoría de las mujeres que están en situación de prostitución: como la esclavitud del siglo XXI. No cuenta que muchas mujeres son compradas y vendidas por traficantes como si fueran ovejas. No cuenta que muchas son previamente ablandadas por sus proxenetas mediante palizas y violaciones para vencer su resistencia a realizar prestaciones sexuales no deseadas. No cuenta que muchas tienen secuestrado el pasaporte y viven recluidas en el burdel con vigilancia permanente y amenazadas de muerte. No cuenta que las ganancias son mínimas después de que sus macarras les descuenten el catre, la comida y la deuda casi eterna que supuestamente contrajeron con ellos al ser adquiridas.

La autora de la novela sólo cuenta que es una forma rápida de hacer dinero y que una gran mayoría de las chicas se dedican a ello libre y voluntariamente.

Tan libre y voluntariamente, imagino, como decían trabajar los 450 chinos de Mataró a los que la policía sacó hace pocos días de los talleres textiles en los que se hallaban en situación de explotación laboral. Por una paga de 20 euros por jornada, durante 12 horas al día, cada uno de los siete días de la semana, cosían casi sin descanso. El descanso era un jergón al pie de la máquina de coser.

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Los Mossos d'Esquadra actuaron correctamente ya que en nuestro país no es legal tener esclavizadas, aun con su consentimiento, a las personas, sea en un taller textil sea en un burdel. Los liberados, sin embargo, protestaron por lo que consideraron una intromisión de la policía alegando que vivían y trabajaban en aquellas condiciones porque les daba la gana y que con ello mejoraban las de su país de origen.

Estos chinos y chinas y muchas prostitutas tienen en común una situación de vulnerabilidad inicial que los empuja a aceptar lo inaceptable, vulnerabilidad que es consecuencia de la falta de recursos económicos.

Ésta es la ecuación: una sexta parte de los habitantes de la tierra vivimos con total comodidad, mientras que las cinco sextas partes restantes malviven con menos de dos dólares al día; es decir, más de 5.000 millones de habitantes del planeta son pobres. De esos pobres, el 70% son mujeres. De modo general, acumulan los recursos el llamado primer mundo y los varones. Por ello, no cabe sorprenderse de que los chinos de turno acepten jornadas de 84 horas o de que sean las mujeres quienes se metan a putas.

Sin embargo, la vulnerabilidad no puede ser un pretexto para permitir estas irregularidades en un país democrático y que se dice respetuoso con los derechos humanos. Quienes defienden las políticas posibilistas de "si no pueden trabajar en nada más, por lo menos que opten a no morirse de hambre" están aplicando una forma perversa de caridad. Y nadie necesita este tipo de caridad; lo que hace falta es justicia.

Mary Wollstonecraft escribió en el XVIII a propósito de los derechos de la mujer: "A menudo las mujeres parecen más interesadas en sacar brillo a sus cadenas que en tratar de sacudírselas". Éste es un pensamiento que puede aplicarse a todas las personas oprimidas.

Pues eso: no se trata de bruñir cadenas sino de romperlas.

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