Que le den
Con el primer sorbo al gin-tonic de media tarde, caigo en el delirio de que soy senador y tesorero del PP. Me llamo Bárcenas y pesan sobre mí gravísimas sospechas que los medios de comunicación airean sin pausa. Media España piensa que soy un chorizo. Me ven por la tele y dicen ahí va un mangante, un sinvergüenza que se sirve de la política para robar. ¿Qué hacer?, me pregunto tras paladear el segundo sorbo del gin-tonic. Lo tengo claro: dimito a cien por hora, me desaforo en dos minutos, convoco una rueda de prensa y abro públicamente en canal mi patrimonio. Todo eso, claro, en el caso de ser inocente. Tras apurar otro sorbo de mi elixir vespertino, que acompaño de una patata frita, imagino sin embargo que soy culpable. ¿Qué hacer entonces? Dilatar el proceso fingiendo interés en acelerarlo, aferrarme a los cargos, sobreaforarme, en fin, y amenazar a mi partido con sacar trapos sucios relacionados con su financiación.
Doy un cuarto sorbo a mi gin-tonic e imagino ahora que soy Rajoy, ese hombre que ha hecho de la normalidad una bandera. Miradme, soy normal, grita en sus mítines, soy gris, rencoroso, insatisfecho, amargado. ¿Le parecerían normales a un hombre normal los enjuagues económicos de Bárcenas? ¿Es verosímil, desde la normalidad, guardar 330.000 euros debajo de la cama? ¿Es habitual devolver los créditos en billetes de 500 euros? Lógicamente, no. Entonces, tras dar un quinto sorbo a mi gin-tonic, voy y lo ceso y le exijo que entregue el acta de senador. Pero mientras me llega el segundo gin-tonic imagino que el tesorero de las narices conoce secretos inconfesables sobre mí. ¿Qué hacer en tal caso? Defenderle, claro. Hay un problema: el del ciudadano que se hace las mismas conjeturas que yo incluso sin necesidad de apurar un gin-tonic. A ése, me digo ya completamente en el papel de Rajoy, que le den.
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