La nave de los locos
Dos parejas de amigos me propusieron, hace varias semanas, que me uniera a ellos para disfrutar este verano de uno de esos cruceros que ahora se ofrecen a tan buenos precios. Me negué rotundamente:
-Soy incapaz -les dije- de encerrarme con desconocidos durante diez o doce días en una embarcación que sólo ofrece posibilidad de huida en puertos esporádicos y ajenos.
-Pero estaremos nosotros -adujeron.
-Ciudadanos indefensos frente al mundo -insistí-. ¿Qué sabemos de lo que piensan los demás, por corteses que puedan parecernos? Cualquier incidente puede convertir el más inocente crucero del amor en un remedo de la nave de los locos del Bosco. Y además, con niños. ¿Habéis visto qué descuentos tan impresionantes hacen a los infantes, para quienes preparan, además, programas especiales? Sería una travesía infernal.
"Soy incapaz de encerrarme con desconocidos en una embarcación"
Mi parrafada no les desanimó. Quizá debo añadir que mis cuatro amigos forman dos parejas gays, por lo que en lo que respecta al capítulo niños tienen mucha más paciencia que yo, y hasta piensan en adoptar.
Pasaron los días y no volvimos a hablar más del asunto. Hasta ayer -para ustedes, quince días antes-, en que acudieron a mi casa y tomaron recatado asiento, los cuatro en el mismo diván, cabizbajos como colegiales afligidos.
-Cuánta razón tenías -musitaron uno tras otro: aquí sólo reproduciré una voz, por razones de espacio.
Al pronto no supe a qué se referían.
-El crucero -me aclararon-. ¿Cómo podemos embarcarnos con desconocidos ¡europeos!, ahora que vivimos en un continente que ha virado bruscamente a la derecha?
-Bueno, tanto como bruscamente Se veía venir -puntualicé.
Mis amigos asintieron.
-Lo hemos pensado muy bien. Nosotros tampoco soportaremos compartir nuestras vacaciones con gente que a saber qué piensa y que, con casi completa seguridad, han votado conservadurismo duro, caradurismo populista y xenofobia cañí. Además, imagina que también son cañizarófilos y mayororejófilos En el caso de los pasajeros españoles, será lo más probable. ¡Y esos niños repugnantes! ¡Josemaris y Borjamaris!
Me sentí obligada a animarles. O no, según se mire.
-A estas alturas, lo más probable es que no os devuelvan el dinero. Y es una pasta. Si el itinerario os compensa, podéis soportar los días de viaje encerrados en vuestros camarotes -sugerí, pero la cuádruple mirada de odio que me dirigieron hizo que me callara.
A continuación me mostraron el trayecto. Cielos: sur de Francia, norte de Italia, ¡Cerdeña! Me sentí momentáneamente desolada, pero enseguida reaccioné: mis amigos dijeron que se les había ofrecido la opción de cambiar de crucero.
-¡Raudos, manos a la obra! -exclamé.
Y de inmediato nos pusimos a buscar una alternativa.
-¡Islas griegas! -exclamé, por fin-. Grecia ha votado claramente Pasok, socialistas. Y si embarcáis desde Venecia
- ¡Liga Norte! -gritaron, con terror.
-Sí. Mas no os asustéis. Cerca, en Udine, la ciudad que acogió a Eluana, la joven que estuvo en coma, disfrutan de una eurodiputada del Partido Demócrata muy estupenda, Debora Serracchiani, que le ha sacado ventaja al Berluscocodrilo. De ahí, y con los ojos cerrados, podéis ir saltando de isla en isla griega, en la seguridad de que las inclinaciones de vuestros compañeros de viaje, por retrógradas que resulten, no lo serán tanto en un ambiente de dionisiacas tentaciones.
Mis cuatro amigos se miraron entre sí, lo cual les llevó un buen rato, y al final decidieron seguir mi consejo, aliviados aunque algo mohínos.
-Que difícil va a resultar, en el futuro, dar un paso u otro con la inconsciencia que usábamos en tiempos menos atroces.
No pude sino estar de acuerdo con ellos.
Ilustración de José Luis Ágreda
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