Lo que no hemos sabido contar
Hace una semana conocíamos los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo, que en Cataluña registraron una participación muy baja. El abstencionismo alcanzó el 62%.
Vistos los magros resultados de un proceso que debería ser crucial para la ciudadanía, tendríamos que preguntarnos quién no va a votar y por qué. Sin la presunción de aportar la respuesta, me atrevo a sugerir una de las variables que la explicarían parcialmente.
Los resultados de una encuesta sobre participación política en Cataluña de la Dirección General de Participación Ciudadana, aunque con datos de 2007, permiten corroborar la impresión de que el 7 de junio pasado las personas mayores cumplieron más con el derecho a voto que las jóvenes. Según la encuesta, en el tramo de edad comprendido entre los 18 y 34 años hay un 46% de abstencionistas. De 35 a 49 años, un 29%. De 50 a 64 años, un 15%. Y de más de 64 años, un 10%.
Entre los 18 y los 34 años hay un 46% de abstencionistas. No les hemos sabido contar cuánto costó salir de las tinieblas
Se podría imaginar que el ejercicio de la democracia requiere unos hábitos que se van adquiriendo con la edad. También se podría aducir que los y las jóvenes ignoran lo mucho que le costó al país en tiempo y esfuerzos individuales y colectivos recuperar ese derecho a elegir por sufragio a sus representantes políticos. Utilizando un verso del poeta Espriu cantado por Raimon, se podría decir: "Ah, joves llavis desclosos després/ de la foscor, si sabíeu com l'alba/ ens ha trigat, com és llarg d'esperar/ un alçament de llum en la tenebra!".
Los y las menores de 34 años que nacieron casi con la democracia tienen los labios abiertos -y las manos libres, añadiríamos-, pueden expresar sus ideas, confiar en la justicia, defender la igualdad, elegir a sus representantes políticos... Y también parecen tener el convencimiento de que esto ha sido y va a seguir siendo siempre así, por lo que no merece la pena mover un dedo para perpetuar nuestro sistema democrático.
La responsabilidad de tanta ignorancia no es de las generaciones jóvenes, sino de las adultas. No les hemos sabido contar cuánto costó salir de las tinieblas. Ni si quiera hemos sabido mantener vivos en la memoria colectiva todos los charcos viscosos que formaban la densa oscuridad que nos rodeó durante 36 años. Un dictador arbitrario y sanguinario (como todos), que represaliaba a quienes no agachaban la cabeza, la persecución del catalán y demás lenguas distintas del español, el acoso a cualquier religión que no fuera la católica oficial, la negación de la laicidad (la fe de bautismo era obligatoria para muchos trámites), la ley de vagos y maleantes que se aplicaba a los gays (las lesbianas supuestamente no existían), el adulterio femenino castigado con la cárcel (el masculino no era punible; era "normal"), la dependencia de la mujer de su padre o su marido, quienes estaban autorizados a corregirla si "era preciso" (la violencia de género no sólo estaba permitida, sino también estimulada), un sindicato único para los trabajadores controlado por el Estado...
Con palabras de Vicenç Navarro sacadas de su libro Bienestar insuficiente, democracia incompleta, "este olvido, resultado de un pacto entre las derechas y las izquierdas, alcanzado durante la transición, fue consecuencia de confundir la amnistía con la amnesia".
Para curarnos la amnesia, disponemos del Memorial Democrático, una institución que bien pudiera ser esa escuela de democracia que tanta falta nos hace en un país en el que los partidos políticos parecen caminar por sendas cada vez más alejadas de la ciudadanía y, por lo visto, sin ninguna intención de hacer autocrítica.
El Memorial Democrático es imprescindible para contribuir a la formación de unas generaciones jóvenes, informadas, comprometidas, participativas y dotadas de pensamiento crítico. Sólo recuperando la memoria y dignidad de quienes en el pasado lucharon por la libertad se puede construir un presente democrático.
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