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La tragedia del vuelo AF-447

El avión que se perdió en el 'caldero negro'

Brasil rescata los dos primeros cuerpos y objetos del Airbus de Air France - El vuelo 447 envió 24 mensajes de fallos técnicos antes de caer al Atlántico

Antonio Jiménez Barca

Seis días después de que el avión desapareciera en medio del océano, el Ejército brasileño recuperó ayer dos cadáveres de hombres, un trozo de asiento, una mochila y una maleta que guardaba en su interior, milagrosamente intactos, dos billetes del Air France 447 Río de Janeiro-París. Son los primeros elementos tangibles de un vuelo enigmático, que acabó hundido de noche sin que se sepa aún por qué y que había despegado, a la hora prevista, madrugada del lunes (hora española) de una forma perfectamente normal.

El Airbus 330 transportaba 228 personas que conformaban esas mezclas azarosas e irrepetibles que se forman en todo viaje transoceánico: un príncipe de la depuesta monarquía brasileña, un director de orquesta, un hombre que regresaba por unos días a Alemania para reunir los papeles necesarios para casarse a toda prisa y quedarse a vivir para siempre en Río... Iba completamente lleno: un médico de Montpelier intentó hasta el último momento comprar una plaza. En vano.

Francia confirma que el A330 tenía problemas para calcular la velocidad
El piloto automático no funcionaba cuando el aparato desapareció
El comandante comunicó por radio que entraba en una zona de turbulencias
El último mensaje recibido del vuelo fue: "Cabina en velocidad vertical"
Los radares de Dakar ya no registraron al avión de Air France
Un médico francés se salvó porque llegó tarde y se quedó sin plaza
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Se pegó a la costa brasileña hasta que, a la altura de Arrecife, se internó en el Atlántico. Más al norte se formaba una de esas tormentas típicas de esa franja intertropical, con vientos fuertes, lluvia, granizo y nubes altas de 15.000 metros imposibles de sobrevolar para ningún avión de línea. Esta zona es conocida por marinos y por comandantes de vuelo debido, precisamente, a esas colosales tempestades instantáneas que pueden llegar a extenderse a lo largo de 100 kilómetros. Un piloto veterano explicó hace unos días que lo más parecido a atravesar esa zona movidos por vientos de esa potencia es manejar un avión dentro de un tambor de una lavadora en marcha. Por lo general, los pilotos tratan de evitar las tormentas dando rodeos. Aunque están acostumbrados a perforarlas. No se trata de nada excepcional. En Francia, esta área particular tiene un nombre expresivo: el caldero negro.

A las tres y media de la madrugada, en medio de la noche, poco antes de que el avión se metiera de cabeza en este caldero negro, fuera ya de la cobertura de los radares de la costa americana y lejos de la de los radares africanos, en esa zona ciega, el comandante habla por radio con Brasil. Informa de la altitud: 11.000 metros, de la velocidad, 840 kilómetros por hora y de que empiezan a sufrir grandes turbulencias.

Por ahora es la última información llegada por medio de la voz humana que se tiene del AF-447. Y si no se encuentra la caja negra, cosa nada segura, oculta en algún mínimo pliegue de una montaña submarina del tamaño de los Andes a 4.600 metros de profundidad, será la última. Durante un mes emitirá una señal acústica que sirve de localizador. Hacia la zona supuesta del hundimiento viajan ahora, en una carrera contrarreloj, barcos científicos y submarinos nucleares franceses y naves estadounidenses especializadas en sistemas de audición para tratar de escuchar ese bip-bip que se extinguirá el 1 de julio y que emite una baliza plateada del tamaño de un plátano que, posiblemente, se haya desprendido de la caja negra después del choque.

A partir de la conversación del piloto con Brasil, nada o casi nada es seguro. Hay quien afirma que un rayo pudo arañar el fuselaje, dañando el sistema de radar, dejando al Airbus inerme ante la localización de la tormenta, lanzándole a ciegas a lo más profundo del caldero negro. Hay quien piensa en una bomba, teoría que no está excluida al 100% pero que, para la Oficina de Investigaciones y Análisis, organismo encargado de la investigación oficial, "no es muy coherente". Estos investigadores consideran que las condiciones atmosféricas tampoco escondían "nada de excepcional".

A las cuatro y diez de la mañana del lunes pasado la central de Air France en el aeropuerto de Charles de Gaulle recibe el primero de una serie de 24 mensajes codificados enviados por el avión de forma automática, según informaron ayer los responsables de la investigación. Indica que el piloto automático ha sido desconectado y que el control es manual. El avión ya vuela por entonces a una velocidad inapropiada. Mientras, los medidores de velocidad dan datos contradictorios, lo que llevó ayer a la investigación francesa a aconsejar la sustitución del sistema en los Airbus 330.

Dos minutos después se reciben dos señales más: reflejan una caída en bloque del sistema informático vitales para dar datos del vuelo además de la velocidad, la altitud o la dirección, entre otros. Un minuto después otro mensaje informa de un fallo general y en cadena del sistema eléctrico. El último mensaje que llegó al ordenador central de Air France en París, a las 4. 14 de la madrugada, el número 24, es terminante, agónico y brutal. Se ha traducido por "Cabina en velocidad vertical" y anticipa, según ciertos expertos, una despresurización, una caída en picado y una desintegración del avión en pleno vuelo, en un punto indeterminado del Atlántico, situado a 650 kilómetros al noreste del minúsculo y turístico archipiélago de Fernando de Noronha. En medio del caldero negro. En medio de la tormenta.

A las ocho de la mañana, sin noticias del Airbus 447, salta la alarma. Los radares africanos de Dakar no registran el avión. La noticia da la vuelta al mundo. En el aeropuerto de Charles de Gaulle, donde se esperaba al avión a las 11.45, alguien adjunta en el casillero correspondiente del panel de información delayed (retrasado). Poco después, se avisa por megafonía a las personas que esperan el vuelo rogándoles que se acerquen lo antes posible a la terminal 2D, donde se organiza a toda prisa un gabinete de crisis.

Algunos de los familiares, amigos, hermanos, padres e hijos de los 228 ocupantes del avión, entre los que se contaban siete niños y un bebé, acuden, atontados por el impacto de la noticia y el dolor, a esa terminal fatídica en busca de información, o de consuelo. Casi en ese momento, la Oficina de Investigaciones y Análisis comienza a recoger los primeros datos para tratar de reconstruir el misterio de un accidente ocurrido en pleno vuelo, algo muy raro en los accidentes de avión. Francia y Brasil se paralizan de estupor.

De las víctimas, por lo menos del lado francés, no se sabe mucho. Las autoridades reagruparon a los familiares en un hotel. Hubo un testimonio que se repitió en radios y televisiones. Era de un hombre con gafas, mayor, que miraba a la cámara con cara de asustado, sin haberse recuperado del todo de la sorpresa y del miedo. Confesaba a quien quería oírle que era médico de Montpellier y que se quedó sin plaza por llegar tarde y por pura buena suerte, que había llegado a París al día siguiente, por la misma ruta, pero en un vuelo distinto.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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