Decepcionante olor a torería
Los toros de Victorino fracasaron en toda regla. La alarmante falta de fuerzas, la ausencia de casta y las malas intenciones -sobre todo, las del sexto- acabaron con todas las ilusiones. Casi todos los toros renquearon de los cuartos traseros y salieron de los caballos agotados y sin vida. El público de Madrid, que acoge con cariño esta divisa, se enfadó de verdad en el quinto, un auténtico inválido, ante el que intentó justificarse El Cid entre una protesta generalizada, y la amenaza de una negra tormenta.
Pero que no cunda el desánimo. También olió a torería en tarde tan decepcionante. Y ocurrió durante la lidia -ejemplar, por cierto- del segundo de la tarde, al que El Cid recibió a la verónica con esa serenidad y suficiencia propias de este torero. Abrió el compás y cerró con dos medias, la primera, extraordinaria, y la segunda, añeja, belmontina. Lo llevó al caballo con suavidad; el toro derribó con estrépito, el picador Manuel Jesús Ruiz, quedó debajo del jaco y pasó el trago de verse los astifinos pitones en la misma cara. El Cid se llevó al victorino a una mano hasta el centro del anillo. Lo dejó en los medios para el segundo puyazo, y el picador, dolido pero ya repuesto, hizo la suerte como mandan los cánones: se dejó ver, movió el caballo, lo llamó levantando la vara, y el toro acudió presto, mientras el hermano de Espartaco se ganaba una merecida ovación.
Martín/Urdiales, El Cid, Fandiño
Toros de Victorino Martín, bien presentados, mansurrones, muy blandos
y descastados.
Diego Urdiales: dos pinchazos, -aviso- pinchazo y bajonazo (silencio); pinchazo y estocada (silencio).
El Cid: estocada tendida y caída (palmas); estocada tendida y tres descabellos (silencio).
Iván Fandiño: media tendida y un descabello (silencio); media tendida y descabello (silencio).
Plaza de Las Ventas. 30 de mayo. Vigesimocuarta y última corrida de feria. Lleno.
Y llegó un quite a la verónica, dos y una media, elegante y suave.
El Boni lidió al toro en banderillas, sin molestarlo, con los capotazos precisos. Primer par enorme de Alcalareño; aceptable el de Pirri, y otro, aún mejor que el primero de José Manuel Fernández, que tuvo que desmonterarse para responder a los aplausos del público.
En ese momento, hacía tiempo que olía a torería en la plaza. Y a triunfo de un torero que venía a reivindicar su condición de primera figura.
El toro, en las tablas; El Cid, en los medios, y en los corazones, la esperanza de una faena grande, pues el toro había dado muestras de nobleza y recorrido.
Pero sólo hubo olor, que no es poco. Porque el animal, que ya había dado alguna muestra de flaqueza en banderillas, dijo que no podía con sus huesos, que lo sentía mucho, pero que estaba agotado.
Sus andares cansinos lo delataron, y, a pesar de la voluntad del torero, no surgió la chispa que encendiera la emoción; a pesar de que se cruzó y lo intentó por ambas manos, cuando no hay codicia ni casta, no es posible el toreo. Y toda esperanza se diluyó como la fuerza de la gaseosa.
Pero, por unos momentos, olió a torería y a triunfo. Porque hubo un torero y una cuadrilla que actuaron como figuras de verdad.
No hubo más. Lo volvió a intentar El Cid ante el quinto, un inválido total, entre la indignación popular, el viento, los truenos... En fin, imposible.
También lo intentaron, cómo no, sus compañeros de cartel, pero con menos preparación y la misma mala suerte. No se le vio fino ni suelto, aunque sí valentón, a Diego Urdiales con su deslucido lote. El primero, que fue aplaudido en el arrastre, fue un toro pegajoso, que se revolvía con celeridad e impedía la correcta colocación después de cada pase. La verdad, no se rompió con el toro, que salió vencedor del envite. Después, se dio el arrimón con el desclasado cuarto.
Y Fandiño salió de milagro por su propio pie. Resbaló y cayó en la cara de su primero, noble y muy desfondado, que lo tuvo a su merced, lo empaló y lo volvió a poner de pie. Muchas gracias. Y se libró como pudo de los gañafones de la alimaña que hizo sexto; esta vez, el toro le hizo una zancadilla, al suelo, pisoteo general, y, sólo, menos mal, el cuerpo molido. A Dios gracias.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.