Wilco hace llorar al público
Los estadounidenses dieron un memorable y emotivo concierto
Ocurre muy pocas veces en la vida, incluso a veces sólo se sueña. El concierto perfecto, dos horas de música celestial, la gloria. Anoche Wilco anduvo muy cerca de estos niveles, en alguna ocasión los tocó.
Fue una tremenda sacudida emocional. Tanta, que las lágrimas se deslizaron por las mejillas de algunos espectadores. Ojo, no hablamos de adolescentes encaprichados por el cantante pop del momento. Esto es público indie, alternativo, fuera de los canales comerciales, treintañeros con vasta información musical y cejas enarcadas. Dio igual: lloraron.
Y se desencadenó la emoción gracias al talento de un tipo taciturno, desgreñado, pequeño, aquejado de migraña crónica, armado con una voz que incorpora la esencia de la melancolía. Cristales rotos en la garganta. Ese tipo se llama Jeff Tweedy, cuenta 41 años y formó en 1994 Wilco en Chicago. Un genio.
Primero salió la banda y se quedó en silencio. A los diez segundos Tweedy caminaba al escenario enfundado en una cazadora vaquera. Agarrada a su cuello soportaba una armónica; en las manos una guitarra acústica. Así, a lo Bob Dylan comenzó todo. Conviene detenerse en las condiciones del concierto. En lugar de elegir los, a veces, incómodos locales rockeros, el grupo prefirió refugiarse en las comodidades de un teatro (el Calderón, donde se agotaron las 900 localidades), con sus mullidas butacas y un sonido impecable. A cambio, algunos tuvieron que abonar hasta 70 euros. Público devotísimo, con una sumisión casi religiosa, hasta tal punto que Tweedy comentó a la tercera canción: "No recuerdo haber tenido un público tan educado. Sólo lo he soñado".
El escenario se encontraba repleto de cachivaches, cables y botoncitos, a la espera de que alguno de los seis músicos les hiciese caso. Y los Wilco se lo hacen. Vaya que sí. Cuando el grupo se mueve en la calma el concierto transcurre lento, majestuoso, sutil, conmovedor, con tal hondura de sentimientos que es imposible no emocionarse. Cuando la cosa se acelera, llega la sacudida, el choque seco, el ruido sin paliativos. La calma y el caos. Ahí es donde vive el grupo. Y al fondo la música de raíz americana. Hubo momentos estelares, como la desgarradora I am trying to break your heart, como la irresistible Impossible Germany o como la vacilona Hummingbird. Al final la gente salía flotando del teatro. Algunos aseguraban que el concierto de La Riviera de hace algunos años estuvo incluso mejor. Lo mejor será declarar a Wilco como candidato a derecho humano fundamental.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.