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Columna
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¿El presidente es Blasco?

A la luz de lo acontecido en las últimas semanas parecería que el presidente de la Generalitat ha entrado en otra dimensión. A bote pronto podría dar la impresión de que es Francisco Camps quien reina y Rafael Blasco quien gobierna. Pero, no. No es cierto. O, al menos, no es cierto del todo. Porque lo que no está nada claro es que en los últimos meses haya alguien al frente de un Consell que merezca ser considerado como lo que se supone que es: el Gobierno autonómico. No, aquí no hay Gobierno y eso lo reconocen propios y extraños pasando por los empresarios, los cuadros de la Administración y, en privado, muchos cargos del PP.

¿Qué es lo que ha sucedido? Sencillamente, que por la vía de los hechos, es decir, sin que medie nombramiento alguno en el Diario Oficial de la Comunidad Valenciana el Consell ha sido objeto de una profunda remodelación. Una reestructuración que ha convertido el Gobierno valenciano en un comité de crisis permanente. Un comité que preside Rafael Blasco y cuya acción ha venido a sustituir no solo al abotargado Ejecutivo autonómico, sino que incluso se ha superpuesto a la estructura del PP valenciano, cuyo secretario general, Ricardo Costa, parece tan noqueado como el propio presidente. Costa y el denostado Bigotes le hicieron un flaco favor a Camps presentándole al maldito sastre. Blasco por lo menos ha tenido el acierto de recomendarle a su abogado, por lo demás un profesional de reconocida pericia en este tipo de asuntos, pues no en vano fue también el defensor del ex tesorero del PP, Rosendo Naseiro y del propio Rafael Blasco, a los que, hace veinte años, sacó con bien de sendas imputaciones. Lógico, por tanto, el ascendiente, en estas horas bajas de Camps, del veterano Blasco, un profesional de la política en el más amplio sentido de la expresión, cuya figura y larga trayectoria, cuando la distancia histórica lo permita, serán objeto de estudio. Todo ello con independencia de si la estrategia escogida es la correcta, o por el contrario se estarían pasando en la sobreactuación de las sonrisas, la felicidad, banderitas, homenajes gitanos al tío Paco y demás actuaciones de los palmeros habituales.

Sin embargo, dejando está cuestión técnica de lado, el problema político es que, por oposición, se está haciendo excesivamente patente la ausencia de acción Gobierno, o, digámoslo de otro modo, el carácter de mera autoprotección sectaria de toda la acción del comité de crisis, cuyo papel se confunde con el Consell.

En contraste con este ensimismamiento, el abandono de la política social es posiblemente lo más llamativo. Porque no deja de ser escandaloso que hace un par de semanas, los familiares y beneficiarios de la ley de Dependencia salieran a las calles de Alicante, Alzira, Castellón, Crevillent, Santa Pola, Xàtiva y Valencia, para pedir algo tan de cajón como la aplicación de la propia ley. ¿La Administración autonómica está para boicotear la acción del Gobierno central? Esa política de palos en la rueda se hizo evidente con la payasada de educación para la ciudadanía en inglés, pero a pesar de la importancia del asunto, no dejaba de ser un tema ideológico, un debate de superestructura. Nada que ver con cosas tan materiales, tan vitales en el día a día, como la dependencia o la vivienda. ¿Por qué a un valenciano no le llegan las prestaciones a las que como ciudadano de España tiene derecho?

Este país nuestro no es nacionalista. La autonomía tiene pues una fuerza de atracción fundamentalmente instrumental. Entonces si el Consell no gobierna ¿para qué sirve la Generalitat?

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