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Crítica:ESPECIAL FERIA DEL LIBRO | Ensayo
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Contención y pudor

Javier Rodríguez Marcos

Canciones. Leer la letra de una canción sin escuchar la música es a veces como ver una película prescindiendo del sonido: uno puede seguir la historia pero se pierde algo fundamental. Sobre todo en las canciones que consiguen que letra y música sean una unidad y no una mera acumulación. En el caso del recientemente fallecido Antonio Vega (1957-2009) pasa lo primero. Basta pensar en su tema más famoso, La chica de ayer. Leída a palo seco, la letra se queda en una instantánea lastrada por algo que en la música moderna es una ayuda y que en la poesía moderna, sobre todo cuando es consonante, es una bomba de relojería: la rima. En el fondo, la misma sencillez que convierte una canción en inolvidable puede hacer de ella un poema intrascendente. "El sonido de ciudad grabado en pistas, / esa mezcla que te entra por la vista", dicen unas líneas de Enganchado a la señal de bus. A veces la música reclama ripios que la poesía considera intolerables. A veces, sin embargo, una y otra se ponen de acuerdo, como en el tono de miniatura de No puedo mirar: "No tengo nada que hacer / sólo mirarte correr".

¿Y si pongo una palabra?

Antonio Vega

Prólogo de Benjamín Prado

Demipage. Madrid, 2009

80 páginas. 15 euros

Hechas estas salvedades, hay que decir que ¿Y si pongo una palabra? contiene 27 letras de uno de los mejores escritores españoles de canciones. Empezando por la propia La chica de ayer y siguiendo por Una décima de segundo, Escala real, Lucha de gigantes, Tesoros, El sitio de mi recreo o Esperando nada. Sólo se echa de menos Se dejaba llevar. Desde sus tiempos de Nacha Pop a sus últimos discos en solitario, Antonio Vega hace siempre un uso magistral de la imagen y la yuxtaposición. Sus canciones transmiten así una atmósfera de fragilidad en la que la carga autobiográfica, sin serlo nunca del todo, es cada vez más explícita, como en Hablando de ellos (dedicada a sus padres) y Seda y hierro (a su novia). Y es que dos de sus grandes virtudes son la contención y el pudor. Pocas veces en sus muchas canciones de amor se dice "te quiero". El resultado es una mezcla de sencillez y misterio que, eso sí, gana con su banda sonora.

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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