El general De la Rovere
De niña me encantaban los héroes. Me gustaba verlos aparecer a las tres y media puntualmente en la pantalla de sesión de tarde. Retadores y aristocráticos, o bien domésticos y cubiertos de barro con los ojos como brasas y un deje de desdén en la comisura de los labios, como el cínico Rhett Butler, cuando en la noche rojiza del incendio de Atlanta va a batirse junto al derrotado ejército confederado en la última batalla que hay que perder. Lawrence de Arabia fue uno de ellos; sin embargo, dejó escrito a propósito de los héroes: "No puedes admirar a las estrellas, ya que su naturaleza es sólo de fuego y de barro". Sin duda tenía razón, pero qué quieren, me crié en los cines de barrio en un mundo ya extinguido en el que "los hombres eran hombres, la guerra era guerra" y perder un brazo de un sablazo sólo significaba una pequeña incomodidad a la hora de jugar al críquet.
Mi padre ha sido militar y demócrata, quiero decir con eso que parecía más inglés que español. Creía en el honor y le daban cien patadas los cabos chusqueros del ejército de Franco, con la barriga llena y la guerrera mal abrochada. Lo suyo era lord Uxbridge, comandante de la caballería aliada junto a Wellington en Waterloo, que al ser herido por una bala de cañón francesa exclamó dirigiéndose al Duque de Hierro: "Por Dios, señor, he perdido la pierna". A lo que Wellington, echándole un vistazo de refilón, respondió: "¡Por Dios, señor, que así es!". Tipos de una pieza, si exceptuamos la pierna, claro.
En casa la película de referencia era Las cuatro Plumas, de Korda. Una historia sobre la lealtad y el valor que para mi padre constituía la cumbre de la nobleza de espíritu. Nos hacía verla las tardes de lluvia. No quería que fuésemos unos timoratos. Los otros niños iban a la catequesis y se aprendían de memoria los diez mandamientos, pero nosotros no. Nosotros sólo obedecíamos los mandamientos del Royal North Surrey. El protagonista Harry Faversham renuncia al ejército en vísperas de una campaña y por ello es despreciado por sus mejores amigos y su prometida, que le entregan cuatro plumas blancas.
Faversham decide entonces partir solo al frente y devolverlas, una por una. Para lograrlo ha de atravesar la peligrosa línea de los indígenas Derviches. Lo consigue haciéndose pasar por un nativo, marcada la frente con un hierro al rojo vivo. El médico que le practica la operación, le dice: "¿Por qué lo hace? Sea un cobarde y viva tranquilo". He ahí un lema que ha hecho fortuna en nuestra época, pero Faversham sigue adelante.
Y ustedes a estas alturas se preguntarán por qué les cuento esto. Pues bien, toda esta disertación viene al hilo del magnífico libro de Javier Cercas Anatomía de un instante sobre el 23-F. El libro es un ensayo, pero se puede leer como una novela de aventuras. En él está todo: la lealtad, el valor, la soledad del héroe, y también sus contrarios, la traición, el deshonor, el ridículo de unos golpistas de medio pelo. Y entre líneas una paradoja. Es en esa esquina del misterio donde nos encontramos con Adolfo Suárez, un arribista del franquismo, un tipo con el pedigrí democrático más sucio de la transición, que sin embargo a la hora de la verdad es el único que está dispuesto a jugarse el tipo por la democracia. Un libro que trata, en fin, de la cobardía y el coraje, y de cómo entre esas dos palabras puede discurrir el destino de un hombre. Y de un país.
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