El orgullo guajiro de Elíades Ochoa impregna el Womad
El músico cubano cierra un ameno y atractivo festival musical en Cáceres

¿Cómo explicarle a un extraterrestre lo que implica ser guajiro? El cubano Elíades Ochoa resopla, escupe una muesca de su tabaco negro sin filtro y por fin concede: "Es el mayor orgullo de mi vida. No lo cambio ni por disponer de 20 millones para un viaje a la Luna. A un marciano o a un terrícola le explicaría que jamás olvidaré aquellos aguaceros entre montañas, cuando caminaba tras mi padre trasplantando el café. Ni el día en que me regalaron mi caballito, un animal con el que me pasaba todo el día sonriente. Ni la primera noche que mamá y papá me tocaron canciones de cuna con el tres para que conciliara el sueño".
La música de Ochoa es tan elocuente como su verbo. A sus casi 63 años, el cantante y guitarrista cubano volvió a enamorar la madrugada del domingo, en el festival Womad de Cáceres, con la música que aprendió de sus viejitos: sones, guajiras, boleros, guarachas... Él fue uno de los grandes artífices de aquel mítico Buena Vista Social Club y lo reivindica con la mirada centelleante. "Puede que un fenómeno así sólo suceda cada cien años y que la música cubana no conozca un ciclo similar, pero aquello no se olvidará jamás".
Los escenarios españoles vieron al fin a la británica Rachel Unthank
A Elíades también se le verá estos días en San Sebastián (jueves) y Madrid (un día después), pero muchas cosas sucedieron en Cáceres antes de que la plaza se balanceara con El carretero, Chan chan o Estoy como nunca. Jairo Zavala demostró que su nueva banda, DePedro, es tan rotunda y fronteriza como sus amigos de Calexico. Los tuaregs Toumast impartieron una lección de rock saharaui, polvoriento y expeditivo. El menudo Víctor Deme, desde Burkina Faso, demostró que un repertorio contagioso puede servir para denunciar la poligamia y demás abusos contra la mujer.
La flamenca barcelonesa Mayte Martín anduvo sobria, poética, intensamente comedida. Y los escenarios españoles conocieron al fin a Rachel Unthank, de 29 años, una pelirroja pizpireta de tez tan blanca y angelical como su voz. La joven británica enamoró en la plaza de San Jorge con su folclor renovado, por mucho que ni un solo músico tradicional inglés haya logrado sortear la infranqueable barrera de los Pirineos.
Da lo mismo. Rachel, su hermana Becky y las dos amigas que integran el grupo The Winterset aportan baladas tradicionales polifónicas y un despliegue instrumental tan discreto (teclados, violín, violonchelo) como efectivo. Son las chicas con más desparpajo en el folk de las islas desde Eliza Carthy, y las hermanas lo demostraron descalzándose a cada rato y colocándose unos zuecos con los que se marcaban una percusión zapateada la mar de salerosa.
Tan ameno resultó este Womad que la lluvia apenas apareció ni el botellón callejero acaparó el debate. Jóvenes y viejunos, finolis y perroflautas parecían haberse conjurado para no hablar de política, crisis ni demás calamidades. Y un armisticio así casi que se agradece.

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