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Reportaje:

Por las mañanas, ley seca

Cientos de bares en Madrid ya no sirven alcohol a los que siguen de marcha cuando llega el día - Los dueños están "hartos" de que molesten a los clientes

Juan Diego Quesada

Está a punto de amanecer, es sábado y este suelo golpeado por una veintena de botas con punta de metal pertenece al barrio de Vallecas (Madrid). La discoteca Excalibur, templo del heavy metal en la capital, acaba de cerrar hace un rato sus puertas. En una esquina de la calle de López Grass, cinco chicos de veintitantos años, con el pelo revuelto, algo exaltados, se preparan unas rayas de cocaína en el alféizar de la ventana de un bar cerrado. En la calle transversal, unos metros más abajo, a eso de las siete, El Provocom, un café-bar de aspecto latino (palmeras y playas paradisiacas en la fachada), acaba de abrir, y muchos de los trasnochados se meten aquí a seguir la juerga. Es el único after-hours del lugar. Salsa, merengue y copas a buen precio. Otros pululan por el barrio con un botellín de cerveza en la mano, sin lugar donde meterse. En la mayoría de cafeterías abiertos a estas horas en los alrededores, donde antes se refugiaban muchos de los noctámbulos, se aplica por la mañana la ley seca. No se sirve ni una gota de alcohol. Al igual que en cientos de negocios de toda la ciudad.

"¿Y nosotros no tenemos derechos?", se preguntan los afectados
Tras algunas semanas sin poner copas, la demanda deja de existir

Los empresarios de la hostelería, hartos de soportar a clientes de discotecas que cierran por la mañana, han decidido autoimponerse esta ley. En la cafetería Europa, negocio pionero en aplicar la ley seca en Vallecas, hay dos carteles en la puerta que lo dejan todo claro: "No se sirve alcohol hasta mediodía" y "Los baños son para uso exclusivo de los clientes". El dueño, José, tiene esta mañana el cierre echado y sólo lo abre a los clientes que conoce, a los de toda la vida. "Este bar es decente, aquí no dejo que entre gentuza. Ya tuve muchos problemas en su día, con peleas y líos con muchachos que venían de las discotecas. Hace como cinco años puse los letreros en la puerta, nada de copas ni cerveza. El resto de bares me han seguido", relata José. Pepa la peluquera, sentada a un lado de la barra, asiente a todo lo que dice. Y José, que se declara un hombre de derechas, serio, estricto y "asqueado" por el deterioro del barrio, explica que prefiere vender 20 cafés a hacer más dinero con la venta de alcohol. Con aire teatral, cuenta cómo un día tuvo que enfrentarse él solo a una docena de borrachos que le invadieron la cafetería y no paraban de molestar a los clientes que estaban desayunando. "Esto no es un estercolero. Nunca más serví alcohol por las mañanas", añade. En la zona, bares como La Unión, Ainhoa y el Monasterio, entre otros muchos, han seguido sus pasos.

"Los empresarios estamos hartos, y la ley seca por las mañanas es una buena solución", conviene Tomás Gómez, el presidente de La Viña, una importante asociación de hosteleros de la Comunidad de Madrid. Gómez es el propietario de 14 negocios relacionados con la hostelería, entre ellos el célebre Chicote, coctelería de la Gran Vía, donde estuvieron de parranda Ava Gardner, Sofía Loren o el escritor Ernest Hemingway. Opina que "el gran problema" al que se enfrentan las cafeterías es su cercanía a discotecas que cierren muy tarde. "Salen 50 o 60 personas de estos sitios, y con que entren en tu local ocho o 10 te arruinan la mañana". La Policía Municipal conoce de sobra estos problemas. Un agente acostumbrado a patrullar de mañana las calles de la ciudad mantiene que en Madrid "se sale prácticamente todos los días", y los juerguistas al salir del after "pueden acabar en cualquier punto de la ciudad". Sugiere que la única forma de aguantar toda la noche, salvo raras excepciones, es "a base de drogas".

La ley seca se aplica en toda la ciudad. Sin excepción. No hay datos exactos, pero las asociaciones hosteleras creen que son centenares los empresarios de la ciudad que han cortado por lo sano. Al amanecer, en la Gran Vía, Sol, Chueca u Hortaleza, el centro de Madrid, se mezcla la gente que quiere seguir la fiesta con los que van a trabajar. Dos mundos distintos, aunque muchos están un día en un lado y al siguiente en el contrario. O en el barrio de Salamanca, donde Marta Torronteras, la dueña de un elegante bar llamado El Olivar de Ayala dice que no podía consentir que los alumnos de los colegios de alrededor viesen "el tipo de conducta de la gente que sigue la juerga por la mañana". "Nosotros sufrimos este problema desde hace nueve años, en la calle de al lado hay un after, y antes venían muchos al salir, sobre las 11 de la mañana. Pasados de todo", comenta la mujer. Y describe situaciones de toda clase, "muy desagradables", con tipos que se caían de su banqueta o molestaban al resto de clientes. "Queda muy mal, es un incordio", zanja.

Los empresarios curtidos en la noche estiman que después de tres o cuatro semanas sin servir alcohol los clientes que no han dormido dejan de aparecer por el local.

"¿No tenemos nosotros derechos?", se cuestiona Marcos por la mañana, ante la puerta de un garito recién cerrado. Él, que presume de llevar un sinfín de horas sin dormir, entiende que las cafeterías no les quieran como clientes, aunque reivindica que los "problemáticos" son los menos. "Necesitamos un sitio donde estemos a gusto. En muchos locales ya no nos sirven alcohol. Ya apenas quedan buenos bares para el mañaneo en esta ciudad. Exigimos el mismo respeto, yo me manifestaría para pedir más after aquí. ¿Pero alguien me va a seguir?", sermonea con una cerveza en la mano, y, mientras, saluda a todo el que pasa.

A las 8.05, frente al bar Europa, pionero en la aplicación de la<i> </i><b>ley seca,</b> un joven busca un lugar para seguir bebiendo alcohol.
A las 8.05, frente al bar Europa, pionero en la aplicación de la ley seca, un joven busca un lugar para seguir bebiendo alcohol.CRISTÓBAL MANUEL

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Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.

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