Se les subió a la cabeza
Hay una imagen que ilustra los días que estamos viviendo con extraña clarividencia: la del consejero de Educación cabeza abajo en las Cortes y en las manifestaciones educativas del 29 de abril. Claro que conozco el paralelismo que se pretende establecer con el cuadro invertido de Felipe V del museo de Xàtiva, solo que me parece demasiado obvio. No es lo mismo significar el desprecio que nos merece alguien que lleva siglos enterrado que aplicar una terapia de choque con ritos de vudú a un personaje que está vivo y al que se incita a cambiar de forma de actuar. Cuando alguien se queda boca abajo un rato lo que suele suceder es que la sangre se le sube -en realidad, habría que decir "se le baja"- a la cabeza. Uno esperaría que una mayor afluencia de riego sanguíneo se tradujese en un juicio más claro y ponderado, así que no entiendo por qué han llegado a expedientar a uno de los objetores del señor Font de Mora como si le hubiese injuriado. Lo hacen por su bien y, en definitiva, por el de todos. ¡Mira que si a partir de la inversión capital (del latín caput, cabeza) el denostado consejero deja de hacer extravagancias y se convierte en un buen gestor de los asuntos públicos! Por ejemplo, imaginemos que decide dejar de impartir Ciudadanía con un traductor sumiendo a los humoristas de todo el país en una crisis laboral duradera. O que deja de subvencionar a la enseñanza privada en el Bachillerato -ni Franco, que entraba bajo palio en las catedrales, se permitió algo así-, de manera que la proyectada solución final para concentrar a los pobres y a los emigrantes en la pública no llega a término.
Sin embargo, creo que estamos siendo injustos con el consejero de Educación: no es el único que va de cabeza. Hay otras acepciones de la expresión "subirse algo a la cabeza". Cuando un exceso de alcohol o de euforia autocomplaciente nos desborda, perdemos la cabeza porque los efluvios etílicos o la fatuidad se nos han subido a la ídem. Pues bien, no sé si nuestro consejero ha padecido de este mal, pero otros compañeros suyos parecen estar en plena resaca. ¿Recuerdan al tal Ecclestone, el patrono de Agag, el yernísimo (por el hilo se saca el ovillo), que nos iba a traer el oro y el moro con la carrerita de fórmula 1? Pues ahora resulta que era un pájaro de cuenta y que doña Rita está muy decepcionada. Vamos, que se le había subido a la cabeza. ¿Y qué me dicen de la Copa del América, un evento que nos iba a poner en el mapa? Pues tres cuartos de lo mismo: quitando algún edificio en el que El Bigotes y sus compinches celebraban sus comilonas, solo nos ha dejado muchas deudas y un rictus de decepción que tardará años en borrarse.
Esto es un cataclismo, me recuerda a esa escena imborrable de El gran dictador en la que Hinkel acaricia afanosamente un globo terráqueo con el que ha estado jugando y de repente le estalla en la cara. Algo parecido les está ocurriendo a nuestros gobernantes valencianos. Por tierra, mar y aire cada vez resulta más evidente que no han dado una a derechas -ya tiene mérito en su caso- y que nos han arrastrado a un pozo sin fondo. Se les había subido el éxito a la cabeza y ahí los tienen (y de paso nos tienen a nosotros): amargados, humillados y temerosos. ¿Solución? La de los críticos del señor Font de Mora: menos humos, baje la cabeza y acostúmbrese a escuchar a los que le critican, que no se hunde el mundo por ello. Si la patentásemos, sería nuestra peculiar aportación valenciana contra la crisis. En vez de inversión de capitales, una buena inversión capital. Porque la receta no se circunscribe a los políticos de Valencia: a más de uno en la Moncloa, en el FMI y en Bruselas le vendría que ni pintada.
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