Pesadilla en 'AfPak'
La nueva matanza de civiles afganos por bombas estadounidenses ilustra dramáticamente la naturaleza del desafío y las limitaciones de EE UU y sus aliados en su lucha contra Al Qaeda y los talibanes. La tragedia ha oscurecido la cita en la Casa Blanca entre Barack Obama y los presidentes de Pakistán y Afganistán, de ninguno de los cuales Washington se fía pero a los que necesita como aliados para manejar su peor pesadilla exterior, concretada en que los integristas islámicos crecen en poder militar e influencia en ambos vecinos asiáticos, rebautizados AfPak a efectos estratégicos.
En Pakistán, Asif Zardari, el viudo de Bhutto, es tan impopular como débil al frente de un Estado nuclearizado y carcomido por el fanatismo alentado históricamente desde el poder. Ahmid Karzai apenas manda en Afganistán y dirige un Gobierno corrompido; pero en agosto hay elecciones sin otro candidato creíble.
El presidente estadounidense ha exigido a ambos mandatarios mayor compromiso para derrotar a Al Qaeda. Pakistán, que recibe miles de millones de Washington en ayuda militar, mantiene desde hace días una de sus regulares e ineficaces ofensivas contra un feudo consentido de los talibanes. Obama ha prometido a Karzai y Zardari que su Ejército intentará evitar la muerte de inocentes. Pero la estrategia conjunta anunciada por la Casa Blanca en marzo incluye, junto a un incremento sustancial de la asistencia civil y 20.000 soldados más para Afganistán, la renovada decisión de bombardear objetivos terroristas allí donde se hallen, incluyendo suelo paquistaní.
Las víctimas civiles, con frecuencia utilizadas como escudos humanos, son inevitables cuando se fía tanto al poder aéreo. Y la muerte de no combatientes, como pocos otros argumentos, multiplica el odio contra EE UU e hipoteca la capacidad de líderes desacreditados para apoyar los designios de Washington.
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