Choque de trenes
El 18 de mayo los más optimistas y los más pesimistas, situados en bandos opuestos, esperan o se temen, respectivamente, un choque de trenes en la Casa Blanca. Ese día se entrevistarán por primera vez el presidente de Estados Unidos, Barack Hussein Obama, y el primer ministro de Israel, Benjamín, Bibi, Netanyahu. Los optimistas están entre los palestinos, y los pesimistas, en el sionismo de derechas.
Los optimistas, que la experiencia enseña a ser cautelosos, especulan con que hay una oportunidad para la paz en el conflicto árabe-israelí, encarnada por el presidente norteamericano. Los pesimistas, poderosos y pese a todo seguros de sí mismos, quitan hierro al asunto, afirmando que nada sustancial puede cambiar en la relación entre los dos grandes aliados. Pero, ambos expresos ferroviarios se contemplan piafando sobre los raíles. Obama tiene un plan para obtener la retirada israelí virtualmente total de los territorios ocupados, y el gobernante israelí, de la derecha profunda, ha rechazado siempre la idea misma de Estado palestino.
Washington tiene un triángulo de actores al que hay que poner de acuerdo
Washington tiene un grand design; un triángulo de actores al que hay que poner de acuerdo, o un círculo cuya cuadratura sería la paz. Los actores son Israel, los dos gobiernos palestinos -Autoridad Palestina (AP) y Hamás- e Irán. El plan tiene el mérito inicial de vincular escenarios, como vasos comunicantes, con lo que es inútil ocuparse de uno ignorando el otro. EE UU formula una gran oferta a tres bandas: retirada israelí a cambio de una garantía absoluta de que Teherán jamás adquiriría el arma atómica. Y, puesto que el dossier tras el que Netanyahu se parapeta es el de que el mayor obstáculo para la paz es Irán, y que primero hay que impedir que obtenga el arma nuclear antes de hablar de Palestina, ¿qué mejor propuesta cabe hacer a Israel -puede decirse con fingida ingenuidad Obama- que eliminar ese peligro? Y a Teherán habría que recordarle que si es cierto, como dice, que no enriquece uranio para fabricar bombas sino para reemplazar electricidad, no debería rechazar una solución que le convierte en el factor clave de Oriente Próximo; aquel que hace realidad el Estado palestino. Pero todo ello aparece sujeto a una serie de precondiciones.
La primera es que deje de haber dos centros de poder palestinos y que la AP y Hamás formen un Gobierno de unidad, en lo que negocian desde hace meses bajo la mediación de Egipto, con la próxima reunión prevista el día 16 en El Cairo. Pero fuentes de Damasco, donde reside el jefe militar de Hamás, Jaled Meshal, aseguran que la organización no renunciará a la violencia, ni reconocerá a Israel, como exigen AP y EE UU, requisito indispensable para entrar en el Gobierno.
La segunda implica a Irán, donde el 12 de junio se celebrarán unas elecciones que determinarán la respuesta a una eventual oferta norteamericana. Hay dos candidatos reformistas, lo que dividirá el voto blando, y varios de dureza conocida, entre los que el presidente Mahmud Ahmadineyad -el que niega el Holocausto- no es ni siquiera el más radical. E Irán, aún admitiendo la hipótesis más grata para Occidente, tendría que aceptar controles estrictos sobre el proceso de combustión nuclear para que Israel no pudiera argumentar que todo era una farsa. La posición iraní, en campaña electoral, es inevitablemente dura, y según fuentes egipcias, Teherán presiona a Hamás para que no ceda en las negociaciones con la AP.
En tercer lugar, quien ha de estar de verdad interesado en el plan es Israel, aunque toda jurisprudencia al respecto es negativa. Los pronunciamientos en contra de una retirada extensa han sido continuos por parte de todos los Gobiernos israelíes desde la guerra de 1967, en que se produjo la ocupación. Israel -derecha e izquierda- quiere retener una parte considerable de Cisjordania, además de Jerusalén Este, a lo que suma innumerables exigencias que convertirían el territorio en un híbrido de bantustán y kindergarten.
Y, finalmente, es la propia Administración Obama la que ha de obrar como una sola voluntad, y ya hay quien en la izquierda norteamericana cree ver diferencias entre el general James Jones, consejero nacional de Seguridad, y la secretaria de Estado Hillary Clinton, que ha hecho demasiada gala de su alineamiento con Israel como para desmentirlo fácilmente. El ex ministro israelí Shlomo Ben Ami ha dicho, cargado de razón, que sólo una intervención de EE UU impuesta a los negociadores puede llevar la paz a Oriente Próximo.
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