Política en la mesa
Las fronteras son líneas divisorias cada vez más delgadas. Hoy empiezan a resultar tan imperceptibles para los medios de comunicación, la economía o los modos de vida como para los pájaros, el viento o el sol. Al fin y al cabo, las divisiones administrativas son formalidades establecidas por el ser humano y afectan más bien poco a los desafíos de la naturaleza e incluso a la propia forma de ser de nuestra especie. Y, paradójicamente, no siempre han proporcionado a quienes habitaban dentro de ellas las libertades ni la protección que se les suponían.
La vida en la Tierra se ha transformado en un asunto global, interdependiente. Una decisión en Europa reverbera en algún lugar de Suramérica. Una plaga en el arroz de Asia se refleja inmediatamente en la economía de Estados Unidos. Las dificultades de una región ya no sólo afectan a quienes viven dentro de sus lindes, sino también a quienes están más allá, y los retos que plantean son universales.
Hoy cada uno de nuestros pequeños gestos ha adquirido un tremendo valor. Una subida de dos céntimos de euro en una taza de café en el hemisferio norte puede suponer que el productor del hemisferio sur pase a cobrar en origen un 2% más por kilo. Esta pequeña suma puede propiciar que muchas familias consigan subsistir gracias al café y no se vean abocadas a plantar coca, un cultivo que escapa del control estatal y facilita la labor de delincuentes. Un simple gesto en Europa puede comprometer la justicia social, la protección del medio ambiente o el desarrollo de una comunidad en África.
No es la primera vez que en esta columna hemos subrayado la importancia de cocinar y comer de forma responsable, y más ahora, en esta época de incertidumbre. Por tanto, permítanme que reitere que comprar y consumir constituyen, hoy más que nunca, una poderosa herramienta para cambiar el mundo.
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