Las herramientas de Clint
La primera vez que vi un delantal para herramientas como el que Clint Eastwood le regala a su vecinito y amigo del pueblo hmong, en Gran Torino, fue en Manhattan, a mediados de la década de los sesenta. Por entonces se estaban construyendo unos cuantos edificios en la conjunción de Broadway con la 42th St., al sur de aquella Times Square que el alcalde Giuliani todavía no había convertido en parque temático familiar. Deslumbrada por la utilidad de la prenda -siempre he sido una enamorada de los bolsillos y, como mujer, siempre una eterna cazadora de tan necesarias concavidades, siempre una permanente defraudada por la tacañería e insensibilidad que los modistos, tan entretenidos haciendo molinetes en el aire con las manos, muestran al respecto-, recuerdo que pensé que un país que facilita que sus obreros de la construcción puedan encaramarse a lo alto de los andamios, cubiertos con cascos protectores amarillos y con delantales a juego repletos de fascinantes herramientas, un país así, decía, seguro que era más fuerte y capaz. Como su cine.
"Quisiera que todos redescubriéramos el valor del trabajo, de lo que vale por lo que es"
Clint Eastwood también debió de creer eso durante muchos años, durante décadas, mientras fue Harry el Sucio sin saber que iba creciendo hacia el humano adulto que nunca se perdonará haber matado a un crío en Corea, pero que aún menos se perdona que le dieran por ello una medalla.
El héroe americano, pues (¿o debemos decir estadounidense?), termina su tarea de una vida, su filmografía de machote y, sin disparar una bala, acepta que las cosas ya no son como solían y se mete solito en su sarcófago. Hay que tener valor para hacer eso, pero hay que tener, sobre todo, decencia. Me gusta Gran Torino por eso, porque es una película decente en la que nadie renuncia a su mierda, y en la que la compasión, el ponerse en el lugar del otro, triunfa. Eastwood el director se había acercado ya en numerosas ocasiones al lado oscuro del alma humana americana (estadounidense), a la ciénaga en que a menudo duerme el héroe salvapatrias. Pero ahora traza su testamento, con la nitidez de los sentimientos esenciales, de las sustancias primordiales y eternas.
La América (los Estados Unidos) que Eastwood refleja tiene mucho que ver con la que invade The Wire. Y el delantal con herramientas se parece a las manos del detective Lance, o como se llame, en The Wire, ya saben, el que talla muebles en miniatura mientras espera que le usen para intervenir con sus escuchas a los malos, y que recibe el premio especial dedicado a un hombre decente: enamorarse y casarse con una puta buena a quien también la vida trasteó de manera mala.
Me gusta 'Gran Torino' "Yo le puse el árbol de dirección a ese coche en 1972"- porque habla de conseguir las cosas con esfuerzo, porque en ese santuario que es el sótano en donde el protagonista tiene su taller, ni una herramienta carece de objetivo ni de sentido. Es más, mucho más de lo que hoy puede decirse de muchos seres vivientes que dan la lata todos los días desde televisión.
Quisiera que los que nos gobiernan, por ejemplo, bajaran a un sótano lleno de herramientas y supieran exactamente para qué hay que usar cada una. Y que, de no saberlo, preguntaran a un experto. Pero a un experto de verdad. De los que se dan con sudor, no con palabrería. Quisiera que todos hiciéramos lo mismo, que redescubriéramos el valor del trabajo, el valor del acoplamiento de las piezas, el valor de lo que vale por lo que es, no por lo que parece ni por lo que creemos que nos hace parecer.
Seguramente no hay forma de conseguir un mundo así, o quizá sí, sólo que algunos de nosotros no lo veremos, pero habrá valido la pena dejarlo dicho. Que con unos alicates se puede volver a empezar.
Anoche, después de ver la peli con una amiga, nos sentamos en una terraza. No dejaron de pasar orientales por delante. Nos miramos y nos sonreímos: "Algún día les tendremos que dedicar algo de atención, ¿no?". Aunque sólo sea para que la utilidad de las herramientas en las que creemos no caiga en delantal roto.
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