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La ciudad trasnocha con las letras

La Gran Vía, el río de los libros

Recorrido urbano por el día y la noche de la gran celebración de la literatura

Daniel Verdú

A Carlos Torres Torres los libros le gustan de verdad. Empezó a leer los que le prestaba el panadero. Y como aquello era una pasión, comenzó a venderlos con 14 años en el Rastro. Por 14 pesetas. Hoy, con 74 años, es el vendedor más antiguo de la feria del libro usado y de ocasión de Madrid. En las 33 ediciones se ha plantado ahí, en su caseta. Con el único cambio de la extinción de la maldita censura. Y así comenzó ayer la Noche de los Libros. A la una de la tarde. Con Carlos, que un día fue boxeador y dice que no hay un solo libro malo, ahí de pie, buscando el cuerpo del lector, con los mejores precios del mercado.

Y Carlos tiene mucho en común con el que fue ayer, con el permiso de Steig Larsson, la estrella de esta edición. Juan Marsé no se subió nunca a un ring, pero sí tiene pinta de viejo púgil. Sufrió en sus carnes la censura y también empezó con literatura de quiosco y mucha pasión por devorarlo todo. Se compró a plazos El Quijote y engulló entera la colección del Coyote. Y por ahí y por la música, dice Carlos, es donde comienza todo.

Marsé fue recibido con un aplauso impresionante que sonó a verdad
Las barcas se amarrarían en las columnas de las novelas de Larsson
Quince escritores experimentaron con el silencio en el Jardín Botánico
Fue la Noche de los Libros más austera, con 600.000 euros de presupuesto
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Marsé inauguró la lectura de El Quijote el miércoles, recibió ayer por la mañana el Premio Cervantes y por la tarde se plantó en el Círculo de Bellas Artes para charlar "con sus lectores", como rezaba el programa. Y el auditorio, abarrotado de chavales de menos de 20 años, le recibió con un aplauso impresionante que sonó a verdad. Él, que no es amigo del mundillo literario, ni de la promoción, que no le gusta hablar en público ni da conferencias porque, dice, se dormiría, fue lo mejor de la tarde.

Y así fue como contó cuando pensó en escribir por primera vez con 12 años en el pueblo de sus abuelos, viendo a los gitanos cantar. Y como percibió la vocación, leyendo Las nieves del Kilimanjaro de Hemingway, y lo poco que piensa en los lectores, porque suficiente trabajo tiene ya con escribir. "Lo que más me gustaría es que otro me escribiera las novelas y yo corregirlas", reveló acerca de su obsesión por revisar cada reedición que se hace de sus libros. ¿Autor obrero? ¿Azote de la burguesía barcelonesa? "La burguesía catalana me la trae floja. Últimas tardes con Teresa no era contra ellos".

Fuera, la Gran Vía parecía el Sena con los libreros a un lado y otro del río. Si hubiera habido barcas podrían haberse amarrado en las grandes columnas de la trilogía de Steig Larsson que se amontonaban en cada mesa. Indiscutible número uno y dos. El tercer puesto, decían algunos, era para La soledad de los números primos, de Paolo Giordano. Y si el libro fue el del sueco, la única rosa fue ayer la Aguilar. Pocas flores se vieron. Quizá, aunque Madrid haya encontrado una buena receta para adaptar el día del libro catalán, eso ya era demasiado importar.

En el Jardín Botánico la cosa iba de experimento. Homenaje al silencio de Mallarmé. La Escuela de Escritores calló a 13 autores durante cinco minutos, los repartió en dos glorietas del jardín y luego les hizo escribir 15 líneas. Silencio, reflexión y escritura automática. "No hago silencio. Entro en él", escribió Javier Sáez de Ibarra. El resultado podrá verse en www.silenciopormallarme.org.

Y mientras, en el barrio de las Letras, en las calles de Cervantes o Lope de Vega, sólo se respiraba literatura en la librería Iberoamericana. Y gracias. En Callao, en la FNAC, se musicaba la fiesta de las heridas literarias. A las nueve le tocó el turno a Adanowsky, el hijo del psicomago Jodorowsky. Y si tener un padre famoso ayuda, Adanowsky puso el resto para triunfar. "Las chicas están hechas para hacer el amor", proclamó en homenaje a Charlotte Lesile después de repartir un centenar de besos. Y, "si ustedes no quieren bailar, se pierden mis movimientos sexys", advirtió agarrándose los genitales. Esta vez en homenaje no se sabe a quién.

En la calle, menos vitoreada, andaba Maria Antonia Iglesias. La colocaron en una esquina de El Corte Inglés para firmar sus Memorias de Euskadi. La gente la miraba de reojo, comentaba mucho, y no se atrevía a acercarse. "Quizá es por la tele. Cuarenta años en la profesión y te conocen por salir en La Noria", dedujo antes de sacar el programa de la Noche de los libros para repasarlo. Dentro de las librerías, más resguardados que María Antonia, centenares de lectores buscaban el libro deseado por un 10% menos que de costumbre. Qué paisaje. Las cañas de después del trabajo las cambiaron ayer los lectores por la compra de libros.

También sonaron ayer The Cabriolets, o las Electroperras y dj EME en La fábrica. Todo ello en una Noche de los libros más austera (600.000 euros de presupuesto) y más nacional que en otras ediciones. Pero un éxito de convocatoria para celebrar lo que muchos profetas proclamaron antes de tiempo como un cadáver. Queda demostrado que a Madrid se le da bien lo de sacar a la gente a la calle por la cultura. Eso sí, siempre que sea de noche.

Varias personas ojean libros en un intercambio solidario en la Puerta de Toledo.
Varias personas ojean libros en un intercambio solidario en la Puerta de Toledo.CRISTÓBAL MANUEL

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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