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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Al gran eclipse

Diego A. Manrique

Las desdichas de la música española son noticia... en Estados Unidos. Billboard, la revista de la industria, publica un artículo sobre las dificultades de los novísimos artistas españoles para llegar al gran público. Según el autor, Howell Llewellyn, en 2008 sólo un cantante "nuevo" se colocó entre la lista de los cincuenta álbumes más vendidos: Pitingo, con Soulerías. En 2003 fueron 10 los artistas que entraron en esa categoría.

Hoy, las grandes discográficas son extremadamente cautas a la hora de fichar talento fresco; sólo apuestan por fórmulas ya probadas, cantantes y grupos similares a tal o cual triunfador. Antes, las multinacionales rastreaban los proyectos amamantados por las independientes, seleccionaban los que tenían mayor potencial y sacaban su talonario. Nada nuevo: RCA compró el contrato de Elvis a Sun Records. Resultaba perfecto para los implicados: los artistas podían aspirar a la Primera División y los sellos originales recibían una inyección de capital que les permitía seguir explorando el underground.

La radio y la televisión españolas se han divorciado de la música creativa

Ya se acabó ese modelo. Hace poco, el cantante de Vetusta Morla manifestaba cierta sorpresa. Su grupo, posiblemente el fenómeno indie de 2008, se autoedita su música y no ha recibido la previsible propuesta tentadora de las compañías grandes: "Nos han felicitado, pero nadie ha puesto una oferta sobre la mesa". Lo que equivale a un veredicto silencioso: no son vendibles a escala masiva, mejor no arriesgarse.

Volvamos al artículo de Billboard. Llewellyn ha hablado con representantes del negocio hispano, desde la UFI (Unión Fonográfica Independiente) a directivos de EMI o Universal. La mayoría se queja de la radio: desde que Kiss FM reveló el filón de los viejos éxitos, las radio-fórmulas se han desentendido de la música con filo.

La televisión (privada) sencillamente prescinde de la música. Sin complejos, eh: me he encontrado con jefes de cadenas comerciales que alardeaban de su corazoncito rockero, incluso hay alguno que a principios de los ochenta hacia información musical en Radio 3.

Lejanos pecados de juventud; hoy parecen felices de contribuir a convertir a España en el país musicalmente más cerril de la Europa occidental.

Ahora intentemos un ejercicio mental. Imaginemos qué ocurriría si el cine se quedara sin acceso a las pantallas, si sólo se cubriera en los medios a los tres o cuatro directores estelares. Sólo saldrían adelante producciones de pequeño presupuesto, condenadas a la oscuridad por la ausencia de canales (es decir, películas para La Dos y similares). La irrelevancia industrial acabaría con el cine español, convertido en ocurrencia guerrillera.

No teman: antes de llegar a esa situación, la tropa del cine tomaría las calles y haría temblar los despachos gubernamentales. Se arbitraría una solución, con cuotas y ayudas. Cierto que el hecho cinematográfico no se corresponde al musical, que puede respirar en el directo. Pero me asombra que hayamos llegado a esta situación: la historia de la era Zapatero estará ilustrada musicalmente por... ¿Papito?

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