Cuando nada es lo que parece
Cuentan los iniciados que han tenido la suerte de ver la miniserie de la BBC que ha dado origen a esta película que es impecable, de las que crean adicción, que es para saborearla sin interrupciones. Sintiendo envidia por mi carencia pero sin el bizantino problema de tener que hacer comparaciones entre el material original y su adaptación al cine me acerco a La sombra del poder con cierta ilusión al venir firmada por Kevin Macdonald, autor de la atractiva El último rey de Escocia, crónica de los espantos inherentes a la dictadura de aquel individuo aún más tenebroso que surrealista llamado Idi Amín Dadá. También porque en el guión figura Tony Gilroy, señor con tanta vocación como habilidad para construir thrillers, modélico guionista de la trepidante y turbia saga del amnésico Jason Bourne y director de la inquietante Michael Clay-ton y de la sofisticada y liosa Duplicity.
LA SOMBRA DEL PODER
Dirección: Kevin Macdonald. Intérpretes: Russell Crowe, Ben Affleck, Rachel McAdams, Helen Mirren, Robin Wright Penn, Jeff Daniels.
Género: thriller. EE UU, 2008.
Duración: 127 minutos.
Existen beneficiarias de las guerras llamadas empresas de seguridad
Y no decepciona. Es cine convincentemente negro, con aroma y poderío visual, con capacidad de enganche. También con alguna torpeza, como un killer de expresión permanentemente malvada y una relación esforzadamente lírica como la del protagonista y la esposa de su amigo, interpretada por la siempre apetecible Robin Wright Penn, pero cuyo personaje sólo es un pegote innecesario.
La historia que narra con suspense y complejidad Kevin Macdonald desemboca en la pavorosa convicción de que existen grandes beneficiarias de las guerras llamadas empresas de seguridad que establecen millonarias subcontratas con los gobiernos, de la forzosa complicidad entre los legitimados paramilitares y la clase política en negocios tan sabrosos, de los infinitos tentáculos de la corrupción y de su relación umbilical con todos los estratos del poder.
Hay giros con sentido y sorpresas bien explicadas en esta retorcida trama. También una romántica defensa del ancestral, concienzudo y honesto periodismo de investigación que se imprime en el ya casi anacrónico papel y una crítica de la frivolidad bloguera en nombre de la inmediatez y la rumorología a la que puede prestarse Internet.
Que Russell Crowe venda la cabecera de un producto implica permanente atención a su estelar figura. Es un actor de talento y con incuestionable campo magnético, pero que a veces me resulta irritante, con tendencia a mirarse con embeleso el ombligo. Aquí va de perdedor con aura, desaliñado, melenudo, barbudo, ligeramente fondón. Está creíble. Compartiendo protagonismo con la joven e insulsa Rachel McAdams, pero excelentemente acompañado por pesos pesados como Helen Mirren, Robin Wright Penn, Jeff Daniels y el cada vez más sólido y veraz Ben Affleck, aquel lamentable actor juvenil que está envejeciendo admirablemente. Es una película que consigue lo que se propone, un entretenimiento muy digno.
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