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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Bachelet en Cuba

Siento admiración por el escritor Jorge Edwards y respeto por el ciudadano cuyas opiniones en general comparto. Sin embargo, la lectura de su artículo Socialismos reales, en el que comenta la reciente visita de Michelle Bachelet a Cuba (EL PAÍS, 17 de febrero), me deja la sensación de que esta vez Edwards va demasiado lejos.

La complacencia de Bachelet con el Gobierno cubano es efectivamente un mal signo. Según Edwards, respecto a Cuba, la izquierda chilena parecería haber olvidado las lecciones del pasado, y en particular los estragos que el "llamado socialismo real había causado en la época de Allende". Asociar la experiencia de Allende con el socialismo real no tiene mucha pertinencia. Sabemos que Cuba nunca fue un ideal para Allende. Es precisamente la razón de la repercusión mundial de la experiencia chilena, su diferencia con Cuba y con todos los "socialismos reales" de la época.

Pero lo que retiene mi atención son los estragos. Sabemos de dónde vienen: de la incapacidad en que se encontraba Allende de gobernar sus propias tropas y asegurar la estabilidad del país. ¿Pero, de dónde surge esta incapacidad de Allende? ¿De un deseo exacerbado de precipitar el país en el "socialismo real", en el "caos marxista" como solía decir Pinochet? ¿Sólo? ¿Y la intervención americana, que comenzó antes de que Allende asumiera el poder? ¿Y los miles de dólares que ingresaban diariamente al país para fomentar el caos? ¿Y el acaparamiento? ¿Y las huelgas que paralizaron la economía durante meses? Y las campañas de terror y los sabotajes y los atentados, ¿son también estragos que habría que atribuir al socialismo real?

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Todo esto es un tema antiguo y es casi de mal gusto sacarlo nuevamente a relucir. Pero decir que el "socialismo real causó estragos en la época de Allende" es también sacarlo a relucir, de modo a la vez solapado y soberbio, haciendo pasar una opinión por un hecho incontestable, como si la historia ya hubiese sido escrita. Allende se sacrificó para dejar claro que entre la democracia que él representaba y el estado de excepción que se imponía por las armas no podía haber continuidad, ni relación de causa a efecto, sino crimen, impostura e ignominia.

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