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Reportaje:

Verdasco, el golpe maestro

Fernando Verdasco es un mitómano, un hombre que escucha las leyendas, el tenista que mira, observa y asiente cuando hablan las estrellas. Hace justo un año, víctima de un pobre arranque de temporada, el madrileño analizaba sus miedos y sus flaquezas con José Manuel Beirán, psicólogo deportivo y ex jugador del Real Madrid de baloncesto. Hoy no. Hoy, al contrario. Hoy es la gran sensación del tenis porque su brillante Abierto de Australia le llevó en volandas hasta el punto álgido del torneo: la épica semifinal que jugó y perdió contra Rafael Nadal, el número uno del mundo, luego campeón del trofeo. Hay quien habla de un talento errático radicalmente transformado por unas semanas bajo las enseñanzas de dos gurús del tenis. Veamos. Sigue llegando a sus citas montado en un deportivo plateado, vistiendo ropa de diseño, y con su corte de pelo estilo indio mohicano. No han cambiado los símbolos externos. Siguen ahí los vaqueros deshilachados, la camiseta de marca y la colorida pulsera brasileña. Hay que mirar dentro. Es un hombre nuevo. Uno que ha cambiado su mente, su corazón y su pulso. Uno que antes era hiperactivo, inestable y nervioso, y que ahora late con ritmo frío, acompasado y tenso como los brazos de los toreros buenos. Un tenista con sustancia. Un tipo con talento. Un hombre con mentalidad de hierro que ha encontrado el camino perdido escuchando a los viejos roqueros.

"Nunca me he tratado. No soy hiperactivo. Simplemente, es que no podía estar quieto"
Manuel Santana: "Puede pensarse que es prepotente, pero no. Fer es un ambicioso total"
"Quizá haya madurado después que la mayoría. La Copa Davis me ha cambiado la vida"
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Verdasco se dispara en la pasarela

Primer capítulo del recorrido por la galería privada de los mitos de Verdasco, ese bebé al que arrullaban con vídeos del gran John McEnroe, el mismo que abre los ojos como platos cada vez que llega a la hierba de Londres y respira la magia de La Catedral y sus días de lluvia y truenos. Wimbledon 2007. "Manolo, tú has ganado Wimbledon, ¿me podrías ayudar? ¡Dame consejos!", dice el joven. Y el veterano Manuel Santana, campeón en Londres en 1966, que hace las maletas, vuela a Inglaterra, se sienta con Verdasco durante lo que éste dura en el torneo y ve así reforzado su análisis y sus convicciones sobre la tardía explosión del tenista madrileño.

"Su ambición deportiva ha hecho que quizás no confíe en los entrenadores. Necesita a alguien que le motive, que le inspire, a alguien al que respete", reflexiona el campeón de Wimbledon, Roland Garros y el Abierto de Estados Unidos. "Fernando se fija mucho en la gente a la que respeta, en quienes han llegado a lo que él quiere llegar, en la gente que ha conseguido grandes cosas en el tenis. Eso le influye. Se fija mucho, pero mucho. Yo le decía: 'Créetelo. Puedes jugar más de lo que piensas. En hierba y pista rápida puedes conseguir cosas muy importantes'. Poco a poco ha ido asimilando lo que yo le dije como amigo. En cuanto pula cuatro o cinco cosas, Fernando será increíble", añade el ex jugador. "Puede pensarse que esa forma de ser es prepotente, pero no lo es para nada. No lo es. Fer es un ambicioso total, y eso es buenísimo en el mundo del deporte profesional. Necesita un entrenador al que admire, alguien que le coma el coco como Gil Reyes, el preparador físico de Agassi. Un Tony Roche. Un Darren Cahill. Un Brad Gilbert. Gente que haya entrenado a los top top, porque va a tener un par de años de dulce".

Eso es lo que le espera a Verdasco, dice Santana. Eso es hoy Verdasco, dicen sus resultados. Eso es lo que hace unas semanas posibilitó que Rafael Nadal, el titán de hierro, sufriera tanto como para empezar a llorar cuando se adelantó 0-40 en el último juego de su apasionante partido de Australia. "Demasiada tensión", dijo luego el número uno del mundo. "Si Fernando continúa jugando así, tendrá la oportunidad de ocupar cualquier puesto del ranking. Está al mejor nivel de su carrera". ¿Y entre ellos? ¿Qué se dijeron cuando acabó la  batalla? "Si sigues así, puedes conseguirlo todo", aseguró el mallorquín al madrileño tras el partido, un choque de voluntades que dio cuerpo, alma y vida al reflejo que se movía en el espejo: Nadal descubrió a Nadal, o, como dice el madrileño, desatado y sonriente cuando se le recuerda esa sensación, "Nadal descubrió a Verdasco".

Segundo capítulo del recorrido por la galería privada de sus mitos. Las Vegas 2009. Hoy el madrileño busca cumplir la profecía de Nadal viajando a Nevada, como hizo en pretemporada, y entrenándose bajo la égida de Gil Reyes y los esporádicos consejos de Andre Agassi, el buda tenista, calvo campeón reflexivo que lo conquistó todo. Antes, Verdasco se acercó a Santana. En medio, sin embargo, pareció vivir un caso agudo de sordera, conducido sin resultado alguno por entrenadores de lo más reputado. Para pasar de tenista intrascendente, de talento maldito a jugador potente, ha necesitado que hablaran con él los líderes que hicieron de su oficio la caza del éxito continuo. Leyendas con voz y labios, autores de palabras y consejos que dejan huella.

"Puede que hace años me dijesen las mismas cosas y no prestara tanta atención como ahora", reflexiona el tenista mientras la nieve y el frío azotan Madrid en la víspera de su viaje para entrenarse en Estados Unidos. "Si me lo dice Agassi, que ha sido mi ídolo de pequeño... ¡pues claro que le voy a hacer más caso! Agassi, diciéndome lo mismo que mi padre, o que un entrenador que sea bueno, pero que no haya sido un gran jugador, pues evidente: me sale más hacerle caso. ¡Ha ganado ocho torneos del Grand Slam! ¡17 Masters Series! ¡Ha tenido la experiencia de jugar los momentos grandes, las últimas rondas!", continúa. "Eso hay que vivirlo para tener la experiencia. Un entrenador que no ha vivido eso puede ser un muy buen motivador, pero no tiene esa experiencia, no lo ha vivido, y no te puede decir cómo es". ¿Y qué le dice Agassi? "Ve a los torneos a ganarlos. Tienes la suficiente capacidad y el suficiente juego como para hacerlo, sea cual sea el torneo".

Ahora está semidesnudo. Suena música a todo trapo. Le sacan fotos. "Me vas a hacer una así... ¡como un puto boxeador! ¡Rollo matón!", reclama sonriente el tenista mientras se anuda una venda alrededor del puño. Pura energía. Puro movimiento. "¡Súbela!", pide. "¡Sube Viva la vida! Esta canción me motiva". Y así, escuchando a los Coldplay, sigue Verdasco. Con la cabeza atacada por los decibelios. Rodeado de estruendo. Escuchando el griterío igual que aquel día, hace dos meses, en el que 10.000 personas se le echaron encima -"¡miedo, Verdasco tiene miedo!"- y él ganó para España el punto clave de la Copa Davis, en Argentina, inspirado, entre otras cosas, por una frase: "Si no lo haces por ti, hazlo por David".

Esto es lo que dice la hemeroteca. El primer día de la final entre España y Argentina, David Ferrer, tenista noble, honesto y fuerte como un roble, pierde el primer punto de la eliminatoria y se sincera con crudeza tras el partido. "Me han pasado por encima. Me he sentido muy inferior. No he estado a la altura".

Dos partidos después está atascado y escucha cómo Emilio Sánchez Vicario, el seleccionador español, le habla en el banquillo. Primero son susurros. Luego, gritos, amenazas y órdenes. "Se me iba el partido", recuerda. "Emilio intentó ayudarme: 'Olvídate del público'. Y yo, evidentemente, no podía. Estaba muy rayado, muy presionado, porque sabía que era el partido que había que ganar. Emilio intentó centrarme. Tuvimos nuestros más y nuestros menos en el banquillo. Me dijo: 'Si no lo haces por toda España, hazlo por ti", prosigue. "Y yo seguía puteado. 'Si no lo haces por ti, hazlo por  David, que estás jugando por él'. Todas esas emociones me han hecho cambiar mentalmente. Desde la Copa Davis hasta hoy soy la misma persona, pero no soy la misma persona. Mentalmente he madurado y me he dado cuenta de muchas cosas que antes no veía. Hay gente que madura antes y otra que madura después. Quizás yo haya madurado después que la mayoría. A mí, la Davis me ha cambiado la vida en todos los aspectos, sobre todo en el mental".

Y tanto. Hace un año era un tenista mal encarado. Jugaba mal, se entrenaba regular, lo pasaba peor. "Y recurrí a Beirán", recuerda. "Cuando estás sin confianza necesitas a una persona así, a un psicólogo que te ayude a salir mentalmente de ese bache. Hablábamos de todo. Ahora voy bien, y él es el primero que me dice: 'No hay que tocar nada. Sigue igual, vas muy bien".

El camino, sin embargo, ha sido largo y ha configurado una personalidad compleja. Hoy es un profesional de 25 años que no perdona ni una sola película de ciencia-ficción en el cine -"Son totalmente irreales, pero siempre me han gustado"-; un hombre que acaba de estrenar una BlackBerry ultramoderna; un hijo que sueña con comprarle una casa en Miami a su madre -"me lo pide desde que soy pequeño, porque tiene dolores en el hombro cuando hace frío"-; y un personaje público que se siente un punto incomprendido: "La gente opina y habla muchas veces sin saber. Cuando vas vestido de marca, ya eres un niño pijo. Yo voy con las marcas que puede llevar cualquier persona. En mi familia siempre me han dicho: 'Sé como eres. Pasa de lo que diga la gente, porque muchas veces sólo van a hacer daño".

Verdasco, claro, es más cosas. El niño que agarró por primera vez una raqueta justo después de que su padre diera por terminados los paseos en cochecito alrededor de las dos pistas rápidas de su casa, mientras Vivi Ruano, medallista olímpica, o Tati Rascón, luego su entrenador, practicaban. El adolescente que no fue capaz de estar separado de su familia mientras se entrenaba en Barcelona, por mucho que Feliciano López, "mi hermano", le protegiera de "las putadas a los novatos". El joven que se hace acompañar por su amigo Claudio, hijo de un mayorista de diamantes, para compartir su optimismo y su pasión, esa corriente de energía positiva que les convierte en dos tipos gritándose desaforadamente en medio de los partidos. Verdasco es también el niño que estudió hasta COU sin suspender nunca, el chaval al que se le daba bien la química, y el que sufría lo indecible con historia o lengua, "y todas las asignaturas de sentarme a estudiar... con ésas no podía porque estaba pensando en mil cosas a la vez". Tenía, según cuenta su padre, José Verdasco, cabeza visible de una familia que regenta el Café de Chinitas, La Cañada y La Bola, problemas de concentración.

"Nunca me he tratado", explica el tenista después de las fotos y de enseñar una uña medio rota y llena de sangre, la marca de su partido contra Nadal en el Abierto de Australia. "No soy hiperactivo. Lo mío era, simplemente, que me gustaba estar siempre haciendo deporte, que no podía estar quieto, que estudiar me costaba porque a la vez estaba pensando en el entrenamiento, en tomarme unos cereales... era pensar en muchas cosas a la vez. Nunca me he tratado", insiste. "¿Puede ser ésa una de las causas por las que antes tenía lagunas en los partidos? "A lo mejor, pero con experiencia y confianza todo es más fácil: puedo estar al mismo nivel en un partido sin pensar en otra cosa".

Lo demuestra su semifinal contra Nadal en el Abierto de Australia: 5 horas y 14 minutos, el partido más largo de la historia del torneo. Puesto en un escenario así, ¿ha descubierto la diferencia entre un buen jugador y un gran jugador? "La diferencia es creértelo. Ir a los torneos a ganarlos, no a jugarlos. A Australia, sí. Iba con esa mentalidad, que no tenía antes. Lo único que quiero ser es el mejor tenista posible, dar el máximo de mí. Si mi tope es el nueve del mundo, pues el nueve. Si mi tope es el cuatro, el tres, el dos o el uno del mundo, pues eso. Decir un ranking sería una estupidez. Por querer, querría ser el número uno del mundo. Todos lo quieren. Voy a luchar todos los años que pueda para estar lo más arriba posible. Que esto no sea flor de un día. No tengo miedo".

Verdasco tiene 25 años y una temporada por delante para descubrir cuánto hay de casualidad y cuánto de certeza en su éxito de Australia. Hay una cosa segura. Cuando se retire, este madrileño, que viaja con su padre y es un hombre de clan, se comprará una casa en Huelva, ahí por Punta Umbría, el Portil y el Rompido, la zona en que veranea desde niño. No le llaman las playas ni el sol, sino los madrugones y las olas, marcharse con su padre en barco y perderse en el placer de la pesca. Cuando llegue ese día, el de la retirada, Verdasco será quien pilote el bote, porque se habrá sacado, promete, el título de patrón. Entonces habrá echado el cierre a su carrera. Se imagina habiendo peleado por algo grande. "Me he dado cuenta de que haciendo más te sale más, y estoy dándolo todo para ser el mejor jugador posible", dice. Normal. Ya lo dijo Santana, que de esto sabe un rato: "Es un ambicioso total". 

JUAN ALDABALDETRECU

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